
A ver como lo cuento… El caso es que llevo tres meses llamando Lucía a una chica que, por lo visto, se llama Silvia. La cosa no tendría mayor importancia si en el transcurso de este tiempo no hubiéramos, digamos y parafraseando a algunas de mis tías octogenarias ya difuntas, llegado a mayores.
Hay que reconocer que la chica: SILVIA, NO LUCÍA, tiene paciencia y sentido del humor.
Hace un tiempo incluso la cité como Lucía en una entrada de este mismo blog y no dijo nada. Me dio las gracias por hacerlo y había algo de juguetón en su mirada y en su sonrisa que no he comprendido hasta hoy, cuando, estando conmigo, se ha encontrado con una amiga empeñada en llamarla Silvia…Cuando la otra chica se ha ido, he observado con ironía su persistente despiste, ese inusitado empeño en llamarla Silvia y no Lucía, y ella me ha respondido:
—Es que me llamo Silvia, no Lucía. Te lo dije el primer día, cuando nos conocimos: SILVIA.
—¡Ah! —y desgraciadamente la tierra no se me ha tragado en ese mismo instante.
Y no es la primera vez. Hace un par de años estuve llamando Carla a una chica que se llamaba Clara y Clara a una chica que se llamaba Carla. Naturalmente, la cosa no acabó bien. Parece que puedo citar a Britney Spears (¿Y cómo demonios conoceré yo, un fanático de la ópera, esta canción’): Oops…I did it again.
En fin, así soy yo…Un desastre con los nombres…en cambio puedo citar de memoria el árbol genealógico de Atila sin marrar uno solo. Cosas…
En fin, a lo que vamos: te pido públicas disculpas, Lucía…este: Silvia. SILVIA.
© Fernando Busto de la Vega.
¡¡Ayyy, las ‘cabesas’…!! 🤣😂
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