EL MANICOMIO Y LA MAMADA GERIÁTRICA DE ZAMORA

27 de julio de 2022, en un concurrido parque público de Zamora, una anciana (ignoro si con la dentadura postiza en la mano o en la boca) adopta posición genuflexa para incurrir en la felación sobre la persona de un anciano repantingado en un banco y, al parecer, en milagrosa erección (pasados los setenta cada empinamiento es un contado don de los dioses) a plena luz del día y a la vista de todos los paseantes. Nada que oponer: cuando la pasión llega así, de esta manera…uno no se da ni cuenta y acaba…multado por escándalo público.

Todo este asunto me trae a la memoria uno de los periodos más bochornosos de mi existencia laboral.

Hace de esto un par de décadas. En ese entonces me tocó trabajar durante algún tiempo en cierto hospital psiquiátrico especializado en ancianos que, por desgracia, colindaba con un distinguido colegio regido por curas.

Entre los internos teníamos a un jacarandoso octogenario apodado el Pecholata, que siempre estaba alegre y meditando travesuras, y una señora, ya centenaria, que no podía moverse de su silla de ruedas y como única forma de comunicación utilizaba canciones, generalmente, de misa:

—¡Perdónanos señooor! ¡En tu areeeena he dejaaaado mi barcaaaa!— y esas cosas.

Con cierta frecuencia, en primavera y verano, el Pecholata se hacía con la silla de la señora y la empujaba enérgica y rápidamente mientras su propietaria cambiaba la monserga eclesiástica por Manolo Escobar:

—¡Mi carrooooo, me lo robaaaaron!…

Y, si nadie se percataba de ello y les detenía, acababan detrás de cierto cobertizo, junto a la tapia próxima al colegio, bien cubiertos frente a las indiscretas e intervencionistas miradas de la institución mental, pero a plena vista de los pisos altos de la contigua institución educativa, donde los tiernos alumnos eran una y otra vez traumatizados por sus actos de alto contenido pornográfico.

Nada temíamos más en aquellos días que escuchar sonar el timbre del teléfono y encontrar al otro lado del hilo (era todavía fijo) la tan meliflua como indignada voz del director, Padre Nosequé, condenándonos al infierno, llenándonos de denuestos y exigiendo que pusiéramos fin de inmediato a tan bochornoso espectáculo.

Y, claro, había que ir hasta detrás del cobertizo, traumatizarse también con lo que uno se encontrara, parar los ardientes envites de los amantes y todo ello con los curas, y especialmente el director, Padre Nosequé, lanzando jaculatorias y excomuniones desde la ventanas, al tiempo que controlaban a caponazos la inverecunda curiosidad de los alumnos que se asomaban por donde podían para animar y aullar.

Mientras se paraba la feroz lujuria del Pecholata y su amante, que en esas ocasiones dejaba de cantar y se dedicaba a repartir puñetazos, era preciso dar todo tipo de excusas y parabienes a los enojados frailes…

Cosas que uno ha tenido que vivir y no logra olvidar.

¿Traumas acaso?

© Fernando Busto de la Vega.

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