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LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y LA LITERATURA

Es cierto: la inteligencia artificial ya es capaz de escribir novelas y poemas. Algunos, especialmente en los grandes grupos editoriales, andan ya salivando con la novedad y barajando la posibilidad de acabar con el oficio de escritor poniendo tras las portadas de sus libros (quizá bajo falsos avatares) a estas máquinas que no cobran ni tienen ego. Puede parecernos algo terrible, pero es la deriva lógica del sector. Desde hace décadas la literatura se considera únicamente como producto y se buscan únicamente los réditos (y no estoy en contra del beneficio en el mundo literario: existen gastos de edición, promoción y distribución; los profesionales del medio, incluyendo, lo que a veces se olvida, al propio autor, está bien que cobren por su trabajo) a cualquier precio. De ahí esas prácticas de las grandes editoriales (y los autores famosos y aclamados por la prensa y los medios de comunicación, siempre mediante pago o intercambio de favores) de escribir mediante targets (y vuelvo a repetir que ya es significativo que en el mundo editorial español de utilice un palabro anglosajón), el uso de negros, la promoción de autores-producto (Vargas Llosa, García Márquez y tantos otros…no quiero citar a autores vivos…sé que Don Mario alienta todavía, pero, vamos, le queda poco y como escritor ha bajado ya a la tumba, quién sabe si también subido a los cielos).

Cuando la literatura se convierte en un subproducto de consumo alejado de la verdad y de la originalidad y circunscrito estrictamente a líneas de producción férreamente fordistas encomendar a la inteligencia artificial dicha producción es un paso lógico de la industria y, naturalmente, viene a desarbolar a aquellos autores bien instalados en la misma, a los promocionados y endiosados por su conformidad con las directrices de los grandes grupos editoriales.

Pero la inteligencia artificial solo puede regurgitar galeradas ya obsoletas, comportarse como lo que en mi infancia se denominaba “repitemonas”…escribir y vender una y otra vez lo mismo, sin aportar nada nuevo.

La inteligencia artificial no tiene vida y, por lo tanto, no es capaz, ni lo será nunca, de aportar el valor de la originalidad y la diferencia. Un autor puede narrar aquella anécdota de su infancia, aquel cuento que le contaba su abuela, hablar de lo que ha visto, aprendido y comprendido…dar voz a los que se fueron sin poder alzarla en vida, desnudar su corazón buscando el corazón de sus lectores, airear sus más íntimas reflexiones, sus más desbocados deseos, sus vicios más inconfesables, sus virtudes íntimas, sus miedos, sus inseguridades, su amor…y puede hacerlo porque está vivo y tiene una trayectoria vital, un posicionamiento moral, una personalidad individual…quizá la inteligencia artificial acabe desarrollando también una personalidad individual, pero ¿en qué se parecerá a la humana? ¿Escribirán los robots novelas y poemas para otros robots? Es posible, pero ¿eso en que nos concernirá como lectores?

Bien. Hay que aceptar que los grandes grupos editoriales recurrirán a la inteligencia artificial para seguir su producción en serie y destinada al simple consumo. Hay que asumir que los autores-producto desaparecerán….los escritores de raza, no. Estos deberán trabajar en otras cosas para sobrevivir, tendrán que abrirse paso con canales de promoción y distribución secundarios y contraculturales, pero no desaparecerán. Antes al contrario: ganarán en libertad y, por lo tanto, en originalidad y calidad. El camino del renacimiento literario y artístico está, precisamente, en los escritores independientes e ignorados por los grandes y medianos grupos editoriales, en los que no son invitados a las ferias del libro ni consiguen entrevistas en la televisión o la prensa.

El nuevo escritor no será ya una estrella literaria y tendrá que ganarse la vida como pueda…pero tiene la oportunidad de cambiar la literatura y formar parte del nuevo resurgir de la literatura y la cultura.

La inteligencia artificial se agotará en sí misma a fuerza de repetirse. El poeta y el escritor tienen la gran oportunidad, siendo humildes y marginados, de ser libres, indómitos, ingobernables…salvajes y partícipes de un nuevo renacimiento. Ahora se distinguirán los que buscan ser estrellas, aunque deban poner el culo, de aquellos que son, en una sola palabra: ESCRITORES.

No olvidemos que la tecnología también sirve para resistir y llevar a cabo una guerra asimétrica y contracultural. Ha llegado el momento de divertirse escribiendo, y peleando…

Una última cosa: la moderna educación, destinada a crear ignorantes manejables, ha apartado a millones de posibles futuros lectores de los libros y la literatura. Esa es otra batalla fundamental a desarrollar. Ellos no vendrán a nosotros, salgamos a su encuentro, conquistémoslos, seduzcámoslos ¿Ha habido alguna vez un momento más apasionante para ser escritor o poeta?

© Fernando Busto de la Vega.

EL SUICIDIO DE JAN POTOCKI

Eso de suicidarse debe tener su miga, y si ya eres exquisito…ahora bien, para mi gusto, y luego veremos por qué, a Jan Potocki (1761-1815) le faltó un poco de épica y hasta, si se me permite, de hidalguía sobrándole un tanto de garbancera entrega al bricolaje casero.

Potocki nació polaco en una tierra actualmente ucraniana y murió ruso en la misma región (Podolia), se formó militarmente en Viena y, bajo la protección del último rey polaco, Estanislao II Poniatowski, ingresó en la masonería para unirse más tarde a los rosacruces. Al parecer era de origen judío y ello le predispuso al obsesivo estudio de la Cábala. En resumen: era una figura inclinada al romanticismo décadas antes de que este se impusiera como moda y, consecuentemente, bonapartista.

Es cierto que los polacos tenían que ser casi por fuerza bonapartistas. Napoleón era el único que a comienzos del siglo XIX les prometía el restablecimiento de la nación sojuzgada y dividida en 1798.

Potocki, como buen noble acaudalado de tendencia romántica, fue un viajero incansable, un turista vocacional y amigo de lo exótico, por eso viajó a Italia y al norte de África demorándose después en España y sacando de todo ello una amalgama fantástico-gótica-cañí-panderetera en forma de novela que se tituló El Manuscrito Encontrado en Zaragoza, publicado en San Petersburgo en 1804 y reeditado como nueva versión en París en 1813.

A pesar de su nacionalismo polaco acabó al servicio del zar y, tras Waterloo decidió suicidarse, desesperando de ver una Polonia restituida.

Lo interesante del caso es el método que eligió.

Retirado en sus posesiones de Podolia (actualmente en Ucrania, entonces una provincia polaca sometida a Rusia) decidió volarse la cabeza con una bala de plata, pero, amigos, no la fundió. Por eso decía al principio que le faltó épica. No adquirió un lingotito de plata y lo fundió en un molde adecuado para obtener la bala de plata letal y definitiva, como hubiera debido hacer un noble romántico y, por añadidura, escritor. No. En lugar de eso, mutiló el asa de un azucarero de plata y la fue lijando hasta conseguir que encajara en el calibre de su pistola. De ahí su entrega prácticamente burguesa, con todo lo que eso representa de vulgaridad y tacañería, al bricolaje…

El método resultó efectivo, pero vergonzante. Cuando se aspira a la grandeza y la originalidad con suicidio efectista mediante una bala de plata, y se la saca de un azucarero que se mutila y lija para acomodarla al cañón de la pistola…en fin…queda cutre.

© Fernando Busto de la Vega.

EL MALVADO CARABEL

Que una novela sea llevada al cine suele ser sinónimo de éxito (y de decepción de su autor y lucro abusivo e indebido de la editorial de turno) y parece augurar una supervivencia popular del libro y la película y puede que sea así en la industria anglosajona. En la española, no.

En España la soberbia presuntuosa, maniquea, partidista y totalitaria de la Izquierda ejercida desde mediados de los años cincuenta no solo como oposición al bando vencedor sino como parte de la estrategia propagandística mundial del imperialismo comunista en sus dos versiones (moscovita y maoísta) así como la profunda incultura y aculturación sajonizante de los lamentables vástagos de la Derecha, clase inmunda en todo similar a las élites neocoloniales de América y África (de hecho ambas: nuestra Derecha y nuestra Izquierda, nos convierten en un país tercermundista y por ello deben ser aniquiladas para poder restablecer el futuro que nos corresponde) han impedido el desarrollo de una adecuada industria cultural sobre la que apoyar una identidad unitaria, poderosa y orgullosa de su pasado y de su futuro. Vivimos en un erial, en la total decadencia e inmundicia cultural y artística por culpa de la perpetua guerra civil llevada a cabo por las “dos Españas” que no son sino estructuras artificiales financiadas por nuestros enemigos. España es un zombi parasitado (deslavazado y provinciano) en todos los aspectos, también, y sobre todo, en lo cultural y artístico.

Por ese motivo, que una novela sea llevada el cine, incluso en varias ocasiones, como Currito de la Cruz, sobre la que ya hablamos en estas mismas páginas, o la que venimos a tratar hoy: El Malvado Carabel, no es sinónimo de pervivencia ni garantía de que las nuevas generaciones (y extiendo la categoría casi hasta los sesentones) tengan noticia de ella. Ni de la novela ni de las películas sucesivas.

Por ese motivo me gusta recordar en este humilde blog, para público conocimiento de las nuevas generaciones y con la intención de facilitarles la exploración de un rico pasado cultural y artístico escamoteado por las absurdas inquinas políticas y la tercermundista estructura de la industria cultural española, algunas excelentes obras y diversos autores injustamente olvidados.

El Malvado Carabel es una novela de Wenceslao Fernández Flórez (La Coruña, 1885-Madrid, 1964), autor poco apreciado por la Izquierda a causa de su ideología conservadora y poco querido por la Derecha debido a sus críticas mordaces a las clases altas y las convenciones y abusos de las mismas así como universalmente envidiado y detestado por ser amigo de Franco desde la juventud. Sin embargo, es un escritor muy recomendable que debemos recuperar. Y empezaremos por esta novela humorística que publicó en 1931 siendo llevada al cine de inmediato por otra figura a reivindicar, Edgar Neville, en 1935. Hubo otras dos adaptaciones cinematográficas: la de Fernando Fernán Gómez en 1956 y la de Rafael Baledón en 1962.

No es el único caso de novelas de Fernández Flórez llevadas al cine en diversas ocasiones. Cabe reseñar también El Bosque Animado, publicada en 1943 y puesta en imágenes por José Neches, en 1945, José Luis Cuerda en 1987 y por Ángel de la Cruz en 2001. O El Hombre Que se Quiso Matar, publicada en 1929 y adaptada al cine en dos ocasiones por Rafael Gil en 1942 y 1970.

Como vemos, Don Wenceslao no puede quejarse. Algunas de sus novelas llegaron varias veces a las pantallas, pero estoy seguro que la mayoría de mis lectores no han leído ninguna de ellas ni han visto ninguna de las citadas películas ni, seguramente, tienen conocimiento alguno de los títulos indicados. Así funciona la difusión de la cultura, el cine y la literatura españolas y así se promocionan.

El argumento del Malvado Carabel es la historia de un fracasado, un oficinista explotado y oprimido que, llegado un momento, abre los ojos y comprende que el sistema ha estado riéndose de él toda su vida y trata inútilmente de convertirse en un antisistema. A grandes rasgos, y es bien triste, nos representa a la inmensa mayoría de nosotros.

Amaro Carabel trabaja en una gran empresa con un sueldo miserable que no le permite casarse ni independizarse, de hecho, sigue viviendo con su tía (observo que luego nos venden esto de que los jóvenes no pueden independizarse por la racanería del capital explotador como cosa nueva y tratando de culpabilizar siempre a los jóvenes que cambian de cara, pero no de situación, generación tras generación) hasta que un día es despedido y su novia, desesperada, le deja. Furioso, y convencido, quizá con razón, de que la causa de todas sus desgracias es su bondad natural y su aceptación del orden establecido, decide hacerse malvado y convertirse en delincuente, sin ningún éxito. Tras diversos intentos fallidos e hilarantes de dedicarse al crimen logra robar la caja fuerte de su antigua empresa, pero no abrirla. De modo que hace un curso por correspondencia de hipnosis para conseguir que sus antiguos jefes le den la combinación de la caja y, cuando se presenta en las oficinas para lograrlo, deciden readmitirlo, con reducción de sueldo, claro…y su novia vuelve con él.

Bonita metáfora de la rebeldía juvenil, la furia antisistema y, desde luego, un universo muy alejado de Ocean´s Eleven.

Lo dejo aquí.

© Fernando Busto de la Vega.

RUDY RUCKER Y LA DEFINICIÓN DE LA VIDA

Nunca he sido demasiado aficionado a la ciencia ficción como género y, de hecho, siento una profunda aversión por algunos de sus autores (verbi gratia, Isaac Asimov al que considero un cantamañanas insigne). Por Rudy Rucker, en cambio, experimento un cierto respeto. Incluso simpatía a pesar de ser descendiente de Hegel y profesor de matemáticas en Heidelberg durante un periodo de su vida.

En realidad, el hecho de que se educara con los jesuitas y que durante su paso por el Randolph-Macon College para mujeres de Lynchburg, Virginia (1980-1982) saliese sin ningún hijo secreto ni escándalo sexual alguno tampoco contribuye a que mi simpatía por él crezca en demasía.

Más aún: ni siquiera estoy seguro de que el transrealismo inventado por él como alternativa personal al género cyberpunk me convenza del todo…aunque en ese punto aun persisto en la duda.

Sea como fuere, una cosa es cierta: Rudy Rucker ha acuñado la mejor definición de la vida y la existencia que jamás se ha enunciado. Una frase sencilla, pero que daría para un grueso volumen exegético. Es la siguiente: “Mi vida, dijo, es un fractal en el espacio Hilbert”.

Esta definición me subyugó y me impresionó desde la primera vez que la leí en épocas de mayor permeabilidad y plasticidad intelectual. Sigo, no obstante, adoptándola como propia y dicta no pocos de mis caminos literarios: el personaje en su infinito abismo interior en medio de un espacio (físico, moral, temporal, social, etc) de dimensiones infinitas.

Yo mismo, como todos, soy un inabarcable fractal de abismos insondables en medio de un caos cuántico que solo se disfraza de orden euclídeo como impostura.

© Fernando Busto de la Vega.

UN LÍO (¿INCESTUOSO?) DE GOETHE

JOHANN WOLGANG GOETHE (FRANCFORT DEL MENO, 1749-WEIMAR,1832)

Lo confieso: experimento por Goethe la misma animadversión que Beethoven y prácticamente por los motivos motivos: su mundana hipocresía, su falso encanto y la especiada impostura de su obra.

Y sí, el asunto del Werther forma parte de la áspera antipatía que experimento por el autor alemán. Es cierto que ese mismo asunto, como traslación de la realidad a la literatura (del yo real al yo literario) y, después, de la literatura a la realidad, me fascina. Como sin duda sabrá el lector, la novela Las Penas del Joven Werther (Leipzig,1774) está basada en los desafortunados amoríos del joven Goethe con Charlotte Buff, que le dio calabazas.

En la novela Werther es también rechazado y se convierte en una a modo de amigo gay y pagafantas de la joven homenajeada y acaba por suicidarse. El éxito de la novela fue tal que, durante décadas, muchos jóvenes románticos se suicidaron por amor, entre ellos nuestro Larra, en 1837…pero Goethe vivió hasta los 83 años y tuvo otros muchos amoríos y romances, hasta se casó (y de eso hablaremos luego). Bien es cierto que, consciente del efecto de su novela, más tarde (en La Campaña de Francia y El Sitio de Maguncia, Leipzig 1822) se disculparía alegando que él solo había despertado el espíritu de una época. Que la mayor parte de los jóvenes alemanes del momento estaban ofuscados y frustrados y que de ahí surgieron muchos de los suicidios que ponían como excusa el amor y su novela…sea.

Tampoco ayudan en mi poca simpatía por él hechos absolutamente arbitrarios y subjetivos como que su cumpleaños, el 28 de agosto, sea también la fecha de la muerte de mi madre. Todo hay que confesarlo. La irracionalidad juega también un papel fundamental en nuestras filias y fobias. Y yo, que soy absolutamente racional, experimento sin querer remediarlo profundas y oscuras corrientes irracionales que escoran el barco de velas impolutas de mi cordura. Navego tempestades con el velamen desplegado y aparente indiferencia. Para mí el Cabo de Hornos nunca ofrecerá mayor peligro ni dificultad que el estanque del Retiro…soy así.

MI APARENTE CORDURA NAVEGANDO AGITADOS MARES DE IRRACIONALIDAD

Sin embargo, hay que decirlo, de haber coincidido, sé que nos hubiéramos llevado bien. El tipo era simpático, divertido, cortés, culto, juerguista y mujeriego…hubiéramos tenido mucho de lo que charlar y muchas ocasiones de pasarlo bien de alifara en alifara. Eso hace que mi antipatía se compense con mucho de complicidad y de simpatía póstuma…nunca he ocultado mi complejidad psicológica y no os puede extrañar ahora esta ambivalencia. Es por ello, por esa dualidad entre el desdén y la afinidad, que no logro deshacerme del todo de Goethe y su obra. Es por ello que quiero dedicarle esta pequeña entrada llena de maledicencia y chismes.

Hemos de situarnos en Winkel, localidad suiza del cantón de Zurich, el 26 de julio de 1806. Ese día, desesperada por haber sido abandonada por su amante, Georg Friederich Creuzer (que prefirió su cátedra en Heidelberg y su matrimonio a fugarse con ella a Alejandría), la joven poetisa Karoline Von Günderrode, se viste un elegante vestido rojo y se atraviesa el corazón con un estilete de plata cayendo en las aguas del Rin. Tenía 26 años.

Este suicidio impresionó especialmente a su amiga Bettina Brentano (1785-1859), hermana del poeta Clemens Brentano (1778-1842) que llegaría a casarse con el también poeta, Achim Von Arnim (1781-1831), entonces joven de 21 años.

BETTINA BRENTANO, DESDE SU MATRIMONIO VON ARNIM, (1785-1859), AMANTE Y QUIZÁ HIJA DE GOETHE, FAN DE BEETHOVEN, HERMANA DEL POETA CLEMENS BRENTANO, NIETA DE LA NOVELISTA SOPHIE LA ROCHE Y ESPOSA DEL POETA ACHIM VON ARMIN. EL IMPACTO DEL SUICIDIO DE SU AMIGA, LA POETISA KAROLINE VON GÜNDERRODE, LA ARROJÓ EN BRAZOS DE GOETHE, 36 AÑOS MAYOR QUE ELLA.

Hasta ese instante Bettina Brentano era fan del poeta Friederich Glottlieb Kolpstock al que, sin embargo, toma inmediata aversión por considerarlo fúnebre. Huye, pues, a Franckfort del Meno, donde se hace amiga de la madre de Goethe y se entrega por completo a él. A través de su madre llega a conocerle y puede visitarle en Weimar allá por 1807 convirtiéndose en su amante. El lance tiene su lado escabroso porque Goethe fue amante de su madre, Maximiliana Von La Roche, hija de la escritora Sophie La Roche, y Bettina estaba firmemente convencida de ser hija del poeta, a pesar de lo cual (y de que él también tiene sus dudas) se encaman durante varios años.

En cualquier caso, la relación estaba llamada al desastre. No solo el escándalo en Weimar, que podía acabar con la privanza de Goethe en la corte que le permitía vivir con desahogo y lujo, y en el resto de Alemania que amenazaba con desacreditarle por completo, les separaba. No solo los 36 años de diferencia de edad…al cabo fueron los celos los que dinamitaron su apasionada relación. Los de Christiane Vulpius primero amante y desde 1806 esposa de Goethe y los de este por Beethoven. Pero, sobre todo, la incapacidad del viejo poeta para comprender y apreciar la música del joven genio al que Bettina empezó a venerar desde 1810. Del mismo modo que alguien criado en el rock o el pop es incapaz de apreciar el reguetón, alguien que se había educado con la música de Cimarrosa, Paisiello y, a lo sumo, Mozart, no era capaz de adaptarse a Beethoven y ahí radicó gran parte del desencuentro entre Goethe y Bettina.

Ahí, y en los celos de Goethe.

Desde que Bettina conoció a Beethoven en 1810 no dejó de insistir para que su amante le conociese también permitiéndole poner música a alguno de sus poemas u obras de teatro, cosa a la que el poeta se opuso siempre. Es más: aunque no pudo evitar que la fama y la música de Beethoven llegaran a Weimar y él mismo hubo de soportarlas en algún salón y aun en su propia casa, Goethe jamás citó al compositor de Bonn ni en su obra ni en sus cartas. Le detestaba tan profundamente por el arraigo que habían conseguido en el alma y el corazón de Bettina que adoptó frente a él una constante y persistente actitud de negación. Cierto es que coincidieron en 1812 en Teplitz (actual República Checa) cuando Bettina ya no contaba en la vida de Goethe, pero resultó que no simpatizaron. Beethoven, revolucionario y antisocial, no pudo soportar los buenos modales del poeta y su contemporización con la realeza (olvidaba el músico que Goethe era consejero secreto del duque de Sajonia-Weimar y no podía permitirse otra cosa) y viceversa. Además, los celos, si bien subterráneos y secretos, persistían.

El año anterior, en 1811, Bettina y Goethe habían roto estrepitosamente por intermedio de Christiane Vulpius. Sucedió que Bettina y Christiane se odiaban. Ambas habían rivalizado por el mismo hombre y la segunda, después de haber dilapidado su reputación por él, temió seriamente verse sustituida en el altar por la primera, veinte años más joven que ella. Por su parte, Bettina despreciaba a Christiane considerándola poco culta, nada espiritual y escasamente sofisticada.

EL POETA LUDWIG ACHIM VON ARNIM (1781-1831), ESPOSO DE BETTINA BRENTANO DESDE 1811.

En el transcurso de su viaje de novios (Bettina había cedido a las conveniencias sociales casándose con el poeta Achim Von Armin, solo cuatro años mayor que ella y amigo de su hermano Clemens Brentano, sin por ello abandonar a Goethe ni dejar de adorar a Beethoven, el 11 de marzo de 1811) la joven pasó por Weimar para encontrarse con su amante y se permitió el lujo de ridiculizar los gustos pictóricos de Christiane en una galería de arte, estando ella presente. La bronca fue monumental y Goethe no tomó partido. Mantuvo un prudente silencio. Bettina se marchó triste de Weimar y, aunque durante más de una década siguió escribiéndole al viejo poeta, este jamás le respondió. Con todo, al año siguiente, la casualidad le reunió con Beethoven en Teplitz y no hubo química. El músico de Bonn también se dedicó a escribirle una larga sucesión de cartas a Goethe que este jamás respondió, ni siquiera cuando en 1827, encontrándose en la ruina y a las puertas de la muerte, Beethoven le suplicó por algún tipo de ayuda. Su odio era eterno e indomable. El amable Goethe era también rencoroso y cruel.

Este es el resumen de los amoríos de Goethe con la joven Bettina Von Armin, acaso su hija, frustrados por la injerencia de otro joven genio: Beethoven y los celos de un ama de casa fondona, poco inteligente, pero dispuesta a reclamar su lugar: Christiane Goethe (nacida Vulpius).

Me gusta recalcar lo de la posibilidad del incesto no por morbo (no solamente por morbo) sino por lo que tiene de tropo literario-artístico. Estoy pensando, por ejemplo, en los diarios de Anais Nin, en los que confesaba haberse convertido en amante de su padre tras su reencuentro después de veinte años sin verse, y teniendo ella treinta…extremo que niega su hermano, menos literato. Y, también, en la película Cosí Come Sei, protagonizada en 1978 por Marcelo Mastroianni y Nastasja Kinski y que también juega con esa posibilidad o fantasía…

NASTASSJA KINSKI EN COSÍ COME SEI (1978)

PONGO LA FOTOGRAFÍA DE ARRIBA POR NO ESCANDALIZAR A LOS PURETAS DE HOGAÑO CON ESTE GIF DE LA MISMA PELÍCULA. POR ESE MISMO MOTIVO TAMPOCO DIRÉ QUE EN ESA ÉPOCA NASTASSJA TENÍA 17 AÑOS.

Lo cierto es que iba a continuar esta entrada hablando de como ese tropo literario, esa fantasía más o menos libertina del romance con una adolescente o joven hija de una amante pasada y que acaso podría ser nuestra hija, obra a menudo en la vida ordinaria no literaria con una realidad mucho más perturbadora de la que los entes biempensantes pueden llegar a dar por válida, pero lo cierto es que la entrada ha alcanzado ya respetables dimensiones y mis lectores aman las cortas (hablo de entradas, de artículos…de lo otro me consta que no).

© Fernando Busto de la Vega.