
No nos engañemos: el mundo de la coctelería no es otra cosa que un invento de los anglosajones para poder emborracharse más rápido y demostrando un estatus económico y social superior al tiempo que, en ocasiones (mimosa, Long Island ice tea, bloody mary…) burlaban el prejuicio puritano del vecino o las prohibiciones vigentes.
Y no quiero ser hipócrita: esto lo escribe un tipo que tuvo su época de buen elaborador y consumidor de cócteles (en los tiempos heroicos hice varios cursos, el primero para poder brillar en sociedad y dármelas de tipo de mundo, los demás porque descubrí que se ligaba mucho en ellos) e incluso ha inventado algunos. Por ejemplo: el dysaura (a base de ron y licor de mandarina, con su golpe de lima) o el suave gozo ( también a base de ron, licor de café y Cointreau) que enloquecen en primavera y comienzos del verano a las chicas que se reúnen en azoteas y piscinas privadas a tomar el sol y que, además de abrirme las puertas de estos serrallos, me proporcionaron algunas ocasiones verdaderamente memorables que no contaré aquí.
De modo que el autor de estos dislates no está en condiciones de lanzar la primera piedra contra los cócteles y su, llamémosle, cultura. Pero la afirmación que inaugura esta entrada va a misa y no me retracto ni un punto de ella.
Precisamente por ese origen anglosajón y clasista de los cócteles, nunca se consideraron como tales las mezclas que se hacían en España y que, en general, salvo la sangría, que jamás se catalogó como cóctel para poderla beber sin control, eran, y en gran medida son, desconocidas en el elitista y racista mundo del cóctel anglosajón que, por lo demás, no está demasiado preparado para comprenderlas. El espíritu del cóctel español, por regla general, es muy diferente del empecinamiento alcohólico, clasista y acumulativo del cóctel anglosajón.
Pero hoy, tomando tapas y cañas con unos amigos en una terraza, a la sombra de unos árboles frondosos y dejando pasar la mañana entre risas y desidia bien entendida, salió la conversación y me ha parecido interesante tocar el asunto en este blog, siquiera sea para rellenar y pasar un rato sin preocupaciones, entregados a la irresponsabilidad algo juvenil del estío.
Y lo primero que es necesario resaltar es lo que ya decíamos arriba: la radical diferencia del espíritu del cóctel español con relación a los cócteles guiris. En España casi todas las elaboraciones están destinadas a pasar un buen rato con los amigos y no a presumir y emborracharse rápidamente, a menudo en solitario, como ocurre con las mezclas germánicas. Eso ya marca una diferencia clave en la cultura y calidad humana de base que define dos mundos por completo incompatibles.
Naturalmente, los buques insignia de esta categoría de mezclas (o cócteles) sociales hispanos destinados a una diversión común y horizontal, plenamente inclusiva, son maravillas como el tinto de verano (vino con gaseosa), el calimocho (vino con Coca Cola), el rebujito (manzanilla con gaseosa)…la misma sangría (que procede directamente, digan lo que digan algunos enteradillos, del modo de consumir el vino en la época grecorromana)…
Luego existen otros, en principio más invernales y, según lo veía yo en mi adolescencia, más relacionados con señores de mediana edad, peludos, fornidos, recios y fumadores de puros, tales como el carajillo o esa maravilla que algunos llaman café con gotica y que las beatas solteronas bebían después de comer mezclando el café de sobremesa, con anís las más ñoñas, o, directamente, mitad y mitad, con brandy del bueno las más bravas, naturalmente solo con la intención de restablecer su tensión.
De hecho, yo, a eso de los quince años, me inicié en la bebida de este subestimado e internacionalmente poco aplaudido cóctel (media taza de café puro y bien concentrado con media de brandy y un poquito de azúcar) a la par que magnífico digestivo y estupendo revulsivo para la jornada vespertina (el instituto no se afrontaba igual, eso lo aseguro) en visitas de cortesía a dignísimas señoras en edad provecta y firme militancia clerical que, a veces, como tónico, les preparaban a sus nietas, a guisa de reconstituyente, un brebaje similar a base de aceite de hígado de bacalao, buen café, quina Santa Catalina, una yema de huevo y mucho azúcar, mágica poción infinitamente más efectiva que la de Panorámix y que, a menudo, derivaba en siestas de lo más memorables que tampoco narraré aquí.
Dentro de esa familia de cócteles populares para señores con bigote, panza y puro encendido en el bar de la esquina y que yo siempre relaciono con tardes de toros (mi padre había sido novillero y pintor en su juventud y anduvo por Madrid intentando triunfar en los toros y en la pintura hasta que un morlaco lo empitonó y le destripó salvajemente salvándose gracias a un zurcido de urgencia efectuado sin anestesia en no sé qué enfermería de mala muerte de un pueblo castellano, y mantuvo ambas aficiones hasta su muerte, razón por la cual hubo en su vida muchas tardes de toros en la Misericordia de Zaragoza y sus alrededores, que compartía con amigos que solían llevar corbata y enormes anillos y que me ignoraban cordialmente cuando, siendo niño, me llevaba con él), se trata del sol y sombra (anís dulce y brandy).
Como bien habrá observado el lector, parlotear se me da de maravilla, y charlando, charlando se da el caso de que esta entrada se está alargando demasiado. Hay que terminar, lo cual no es malo porque me dejo en el tintero muchas cosas que me servirán para rellenar otra entrada similar en agosto.
Pero no quiero concluir este parloteo sin referirme a esa inmarcesible aportación a la humanidad de la Legión Española que es la leche de pantera (leche condensada con ginebra y, a poder ser, hielo picado).
Quienes me conocen saben que, por razones estrictamente personales, no experimento la menor simpatía por dicho cuerpo militar, sin embargo no quiero dejar de citar aquí este cóctel inventado por los veteranos de los Tercios Saharianos a finales de los sesenta cuando fornicaban disciplinadamente por compañías con las valientes y sacrificadas prostitutas de la ciudadela de Esmara mientras defendían ese privilegio a golpes, navajas y tiros si hacía falta contra los paracaidistas, los oficiales de Nómadas y los del Batallón de Automovilismo. ¡Viva España! ¡Viva el Sáhara Español!
Y estos dos últimos gritos los repito aquí ya sin retranca, con sentimiento.
Nota final: para equilibrar la balanza ideológica añadiré el cóctel llamado: ¡no pacharán!, elaborado a base de pacharán, brandy de Jerez y anís…de este modo los cuñados enfrentados políticamente podrán competir en las tensas sobremesas a base de cócteles partidistas: leche de pantera frente a ¡no pacharán!…ahí lo dejo.
© Fernando Busto de la Vega.