
Quién iba a decirnos que el primer medallista olímpico español iba a ser hijo de un rey. Claro que hijo ilegítimo y compitiendo por Francia, pero…
Aunque, para ser sinceros, el medallero de los Juegos Olímpicos de París en 1900 es un asunto complejo, controvertido y arduo que complica sobremanera las afirmaciones taxativas.
Durante mucho tiempo se atribuyó la condición de primer medallista español en los Juegos Olímpicos, precisamente en 1900, a Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, diputado y más tarde senador vitalicio, primero en escalar, junto con su guía Gregorio Pérez “El Cainejo”, el Naranjo de Bulnes e impulsor de la Ley de Parques Naturales y la creación del Parque Natural de los Picos de Europa. Este señor, que a pesar de ser marqués goza de mi simpatía, obtuvo la medalla de plata en la disciplina de tiro al pichón. Sin embargo, modernas revisiones de lo que fueron aquellos juegos de 1900 tienden a descartar dicha disciplina como olímpica ya que sus participantes no eran amateurs y recibieron importantes premios en metálico. Por otro lado, don Pedro Pidal no se ganaba la vida como tirador profesional, vivía de su fortuna personal y de sus cargos políticos, para entonces había sido ya diputado en la legislatura de 1896-1898, y se dedicaba a cazar osos, escalar montañas y practicar la puntería con el tiro al pichón. Pero no seré yo quien discuta el actual consenso sobre su no medalla.
Los mismos que descabalgaron al marqués de Villaviciosa de su condición de medallista olímpico, se la conceden, y en este caso en la máxima categoría, la del oro, a los pelotaris José de Amézola y Francisco Villota, que participaron en un torneo de cesta-punta en competición con una pareja francesa que no se presentó al encuentro dejándoles ganadores por incomparecencia.
El lío con el medallero olímpico de aquellos Juegos proviene del hecho de no haberse celebrado como tales sino en conjunción con la Exposición Universal que también tuvo lugar en París en aquel 1900 que inauguraba el siglo. Se celebraron en el marco de ambos eventos concatenados innumerables competiciones de todo tipo que historiadores posteriores se han dedicado a ir calibrando y discriminando para decantar las puramente olímpicas de las profesionales.
Por ese motivo, los méritos del marqués de Villaviciosa y los pelotaris Amézola y Villota quedan envueltos en una nebulosa de duda y discusión bastante molesta para quienes buscan datos mondos y certezas tranquilizadoras.
Sin embargo, la medalla de plata de Fernando Sanz y Martínez de Arizala, hijo ilegítimo de Alfonso XII y hermanastro de Alfonso XIII, en la prueba de sprint dentro de la disciplina de ciclismo en pista, es cierta e incontrovertible, aunque compitiera como francés y se la apunten los franceses.
La propaganda monárquica bajo el franquismo consiguió convertir a Alfonso XII en una figura atractiva en contraste con la desastrosa gestión de su hijo reinante, Alfonso XIII, era un modo de legitimar y popularizar la dinastía borbónica a través de la idealización romántica de hechos lo suficientemente remotos como para ser manipulados fácilmente, pero lo suficientemente cercanos como para ser recordados.
De este modo dicha propaganda hizo hincapié en la desgraciada historia de amor entre el joven y atractivo rey, Alfonso XII, que murió a los veintisiete años, y su prima, María de las Mercedes de Orleans, que murió con dieciocho a los pocos meses de haber contraído matrimonio y causando la devastación de su amante esposo que abandonó la corte retirándose al palacio de Riofrío.
Dicha propaganda está detrás de populares canciones como el Romance de la Reina Mercedes compuesto en 1948 por Quintero, León y Quiroga y estrenado por Concha Piquer, aunque lo popularizó Paquita Rico, y las películas ¿Dónde Vas, Alfonso XII? (1958) y ¿Dónde Vas, Triste de ti? (1960) ambas protagonizadas por Vicente Parra e hitos de la aventura romántica decimonónica del imaginario popular, especialmente femenino, de la época. Y, hay que admitirlo, se trató de una campaña propagandística de primer orden y excelentes resultados.
Naturalmente, la verdad histórica es muy diferente, y mucho menos amable.
María de las Mercedes de Orleans, que murió de tifus y tuberculosis, padecía ambas enfermedades, a los dieciocho años de edad, cinco meses después de su boda, en 1878, era hija del duque de Montpensier un ambicioso príncipe francés, hijo de Luis Felipe I de Francia, que aspiró a la corona española siendo su candidatura derrotada en las Cortes por la de Amadeo de Saboya (1870), intentó alcanzarla por las malas mediante un golpe de Estado que incluyó el asesinato del general Prim (1870) y asesinó en duelo, ese mismo año, a su primo el duque de Sevilla, Enrique de Borbón, primo de Isabel II, hijo del infante Francisco de Paula, del que se decía, y los retratos así parecen corroborarlo, que era hijo no de Carlos IV sino de Manuel Godoy, el príncipe de la Paz.
Finalmente, el duque de Montpensier, Antonio de Borbón, que también había aspirado a hacerse con un trono en Ecuador bajo protección francesa, fue expulsado de España, logrando regresar gracias al oportuno matrimonio de su hija con el nuevo rey.
Este, por su parte, me refiero obviamente a Alfonso XII, tampoco tenía una realidad mucho más clara.
Era hijo de Isabel II, pero no de su consorte real, el infante Francisco de Asís de Borbón, impedido físicamente para la procreación (padecía un defecto en el pene que impedía la eyaculación y le obligaba a orinar sentado) y que mantuvo una relación estable de carácter homosexual con un amante con el que se fue a vivir, abandonando a la reina, durante su exilio parisino. Este amante era Antonio Ramos Meneses, a quien el propio Alfonso XII, en cierto sentido moderno su hijastro, le concedió el título de duque de Baños en 1875.
Entre los muchos candidatos a la paternidad de Alfonso XII, que, según las propias leyes de la monarquía quedaría incapacitado para reinar por sí y sus herederos a causa de esta irregularidad en su nacimiento, fue el valenciano Enrique Puigmoltó, conde de Torrefiel, uno de tantos militarotes de buena planta y continente altivo y festivo que le gustaban a Isabel II desde que, a los doce años, cayese prendada del general Espartero.
El futuro rey nació en Madrid en 1857, pero muy pronto conoció el exilio. En 1868 Isabel II sufrió una rebelión y fue expulsada de España a causa de la corrupción generalizada del régimen que había instaurado y que sería la tónica general de todos los regímenes borbónicos posteriores, incluido, como hemos visto y seguiremos viendo, el actual.
Alfonso XII regresó a España y al trono, no obstante, en 1874, mediante el golpe de Estado dirigido por el general Martínez Campos.
La historiografía monárquica, para suavizar el acto y tratar de engañar a los menos avisados, suele referirse a la algarada de Martínez Campos como “pronunciamiento”, pero, en la práctica, un pronunciamiento era un golpe de Estado.
Una vez en el poder, Alfonso XII estableció el régimen turnista regulado por la constitución de 1876, que sería una nueva orgía de autoritarismo, corrupción y explotación del país por una élite cleptocrática y acabaría, tras el filofascistoide esparadrapo de la dictadura de Primo de Rivera, en la Segunda República en 1931, nuevo intento de sacudirse el yugo corrupto de los Borbones y que desembocó en una nueva sublevación, la de 1936, y un nuevo régimen turnista y corrupto, el de 1978, que todavía padecemos.
Si bien el matrimonio entre Alfonso XII y María de las Mercedes de Orleans en 1878 se nos suele presentar como una bonita historia de amor, en realidad fue un medio típicamente dinástico para zanjar las diferencias entre dos ramas rivales de la familia. Este mismo medio ya se había intentado para acabar con la disidencia de la rama carlista casando a Isabel II con el heredero del príncipe Don Carlos María Isidro, pero no funcionó. Los carlistas no deseaban ser consortes sino reyes. Los Montpensier, sin embargo, tenían menos derechos al trono español, ni siquiera eran Borbones de primera división y menos después del derrocamiento de Luis Felipe I en Francia en 1848, y el padre de la novia ya había sido amortizado como figura política durante el Sexenio Revolucionario, aunque mantenía sus excelentes contactos con el lobby azucarero y esclavista cubano, apoyo necesario y utilísimo para el nuevo monarca, especialmente después de la Paz de Zanjón que ese mismo año acabó con una década de guerra civil en Cuba.
Fue simple política, lo que no quita que el rey sintiera sinceramente la pérdida de su joven esposa y prima.
Con todo, solamente cinco meses después de la muerte de esta, volvía a contraer matrimonio con María-Cristina de Habsburgo-Lorena, procedente de una rama menor de los Habsburgo emparentada con los Borbones y que sería la madre de Alfonso XIII y regente de España desde 1885 hasta 1902.
Más o menos por las mismas fechas, el rey tomó como amante a la famosísima contralto Elena Sanz y Martínez de Arizala que triunfaba en toda Europa, pero especialmente en París. Con ella tuvo dos hijos: Alfonso, que vivió hasta 1970, y Fernando, nacido en Madrid en 1881 y muerto en Pau en 1925, nuestro medallista olímpico, por Francia.
Naturalmente, en cuanto Alfonso XII murió en 1885, la época de Elena Sanz en España, terminó.
No disponemos de datos fidedignos, o al menos yo nos los conozco, pero es de suponer que la nueva regente presionaría al Gobierno del momento, presidido entonces por Sagasta, la expulsase del país. Fue así como regresó a París y como sus hijos, jamás legalmente reconocidos por el rey, adquirieron la nacionalidad francesa.
Fernando, que recibiría ese nombre por su bisabuelo, Fernando VII, fue conocido en Francia y durante su corta carrera deportiva, como Fernand Sanz. Naturalmente, su máximo triunfo fue la medalla de plata olímpica en velocidad individual de los Juegos Olímpicos de París en 1900 que obtuvo por detrás de Georges Taillandier, que también le venció en el Gran Premio de París de 1902, y por delante del estadounidense John Henry Lake, bronce en aquella cita.
En 1902 quedó tercero en el Gran Premio de París y, tratándose de un pistard, no llegó a participar en el Tour de Francia, que comenzó a disputarse al año siguiente.
De modo que ya lo sabéis: un hermanastro francés de Alfonso XIII fue ciclista y ganó una medalla de plata olímpica en 1900.
© Fernando Busto de la Vega