
Obviamente, no voy a entrar en el artificial ruido electoral del ilegítimo y contraproducente régimen que padecemos en España. Ningún proceso electoral que en él se produzca servirá jamás para cambiar nada ni apartar a la nación de su destrucción programada por el capitalismo anglosajón al que estamos sometidos.
No obstante, de vez en cuando, si bien desde la hipocresía, en el estridente palique del fáctico cotorreo prefabricado de los indignos partidos y los medios al servicio de su propaganda se plantean casos morales de interés cuyo debate solo demuestra la inmoralidad esencial del sistema y de sus actores, comenzando, naturalmente, por aquellos más abiertamente despreciables del cuadrilátero plebiscitario, como los independentistas y, en especial, aquellos que ampararon y siguen defendiendo el terrorismo como arma.
Hablo de Bildu y de ETA, por supuesto. Pero, cuidado: no voy a sumarme al griterío y el parloteo de los “constitucionalistas” de la banda diestra sobre su truculenta y despreciable decisión de incluir asesinos confesos en sus listas por el simple hecho de que se trata de un alboroto artificial. El debate no se desarrolla en el campo de la ética sino en el del politiqueo (ojo: que no digo política sino politiqueo, adviértase el matiz). A la Derecha, como a la Izquierda, le importa muy poco el hecho moral y los muertos y sus familias (como les trae sin cuidado el futuro de Doñana o la propia viabilidad social, ecológica, económica y demográfica de España), tan solo gritan, se escandalizan y señalan con el dedo para arañar votos de incautos, del mismo modo que los otros, los que llenan sus listas de asesinos convictos (poco, si pueden presentarse a las elecciones es porque no se les castigó debidamente en su momento) y confesos, justifican sus actos y desprecian el dolor y la dignidad de las víctimas y sus familias con el fin de seguir sacando rédito electoral de un falso relato “heroico” y victimista. Unos y otros son gentuza de baja ralea como demuestra su participación en el rastrero juego electoral del ilegítimo y perjudicial régimen antiespañol que es el parlamentarismo liberal-borbónico que padecemos.
Lo que yo planteo, desde la serenidad filosófica, la integridad ética y el profundo asco institucional, es el hecho incontrovertible de que un terrorista, sea del signo que sea y milite bajo las siglas que milite es incompatible con la representación política.
Para escapar del ruido electoral, pondré un ejemplo lejano que sigue sirviendo de aleccionador modelo histórico e intemporal, me refiero a Catilina.

A Lucio Sergio Catilina se le conoce sobre todo por el intento de golpe de Estado del 63 a. d. C. al que se enfrentó en el senado Cicerón, que debía ser asesinado durante el mismo, y su posterior revuelta fallida que le condujo a la muerte.
Propiamente hablando, Catilina no fue un terrorista (aunque en su fuga hacia el campamento de Manlio pretendió incendiar Roma), más bien un represor que, durante las guerras civiles de la época de Sila, se hizo famoso por cortarle la cabeza al opositor Gratidiano y pasearla por las calles de Roma para llevársela a Sila, jefe del partido aristocrático. Esta imagen salvaje y terrible le persiguió siempre concitando contra él el odio de los rivales del partido popular y el desprecio de sus compañeros del aristocrático. Si a eso le unimos que su vida personal nunca fue ejemplar (siempre le persiguió la sombra de la corrupción y hasta se salvó por los pelos, por el apoyo de sus amigos, de la acusación de haber sido amante de una vestal) se comprenderá que los censores le impidiesen hasta en dos ocasiones acceder a las elecciones consulares, lo que acabó conduciéndole a la conjuración y la rebelión. Acto final que demostró públicamente lo acertado de apartarlo del cursum honorum por su inmoralidad evidente.
Ningún Estado, y mucho menos un partido, puede permitirse el hecho de que los terroristas, represores y verdugos en guerras civiles puedan aspirar al poder por medios constitucionales y, si esto es posible, estamos hablando de un régimen inmoral y, por ende, ilegítimo. Y de partidos deleznables que deberían ser prohibidos, perseguidos y diezmados para asegurar la salubridad democrática. (Añadiré aquí que aquellos que atentan contra el medioambiente, los derechos del pueblo y defienden los de las corporaciones y el capital extranjero y llevan corruptos, peones de la banca o de intereses económicos especulativos y explotadores así como antiespañoles deben ser tenidos también por traidores y verdugos).
Para terminar pido a los medios de comunicación, inútilmente porque son medios al servicio del ilegítimo régimen y carecen de integridad y libertad, que en este periodo de campaña electoral adopten una rutina interesante: publicar las fotografías de los candidatos terroristas al lado de las de sus crímenes. También de aquellos que están al servicio de intereses espurios con las de las consecuencias de sus actos (personas a las que han dejado sin futuro, en la calle, en el paro o abocados a la pobreza y el dolor por el deterioro de la sanidad pública, la rapiña inmobiliaria o la incompetencia dolosa).
Veamos las caras de los candidatos y las consecuencias de sus actos. Eso sí sería una adecuada campaña electoral. No sucederá, claro.
© Fernando Busto de la Vega.
Como persona cercana al colectivo de las víctimas considero una vergüenza moral y social que un país tolere que chupando de los fondos públicos estos miserables estén ocupando cargos públicos tanto a nivel local, autonómico, foral, nacional e incluso sindical (ELA). Además también pillan de todo el conglomerado de subvenciones para fundaciones, asociaciones etc… Esta gente debería estar en la cárcel y no en la calle con unas penas irrisorias para delitos como el asesinato y banda organizada. Deberían tener unas penas accesorias de inhabilitación absoluta para el sufragio pasivo y para el desempeño de cargos públicos; además de afrontar indemnizaciones millonarias a los afectados y a la propia sociedad.
Pero como vivimos en el país del buenismo, la estupidez y el egoismo cutre, pues tenemos lo que tenemos.
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