
Hay dos tipos de universidades en España: las públicas, destinadas a que los hijos de la clase obrera puedan llegar a ser profesores de instituto o funcionarios de grado medio; y las privadas, destinadas a que los retoños de las clases altas puedan acumular títulos y másteres que justifiquen sus predestinados puestos directivos en la administración pública o las empresas privadas. Ninguna de las dos tiene ni la más remota ambición cultural ni el más mínimo prurito de excelencia idiomática (máxime cuando el ilegítimo régimen de 1978 ha abandonado algunas de ellas a los delirios etnogenésicos de ciertas élites compradas por intereses extranjeros que algún día habrá que purgar a conciencia).
No me extenderé demasiado.
Existe un problema grave y es que en televisión y en cine (de la industria editorial hablaremos en otro momento), la inmensa mayoría de los que llegan a guionistas o traductores proceden de las facultades de Ciencias de la Información donde nunca se ha enseñado a escribir ni hablar correctamente el español. Propongo al lector un ilustrativo ejercicio: obtenga cualquier crónica del primer tercio del siglo XX o de finales del XIX y léala. Con toda seguridad, su autor carecía de ningún título universitario y hasta es muy probable que su educación formal fuera rudimentaria, pero encontrará el lector que sabía escribir y expresarse perfectamente en lo que llamaremos “el idioma de Cervantes”. Por el contrario, lea cualquier periódico moderno, escuche la radio o vea la televisión…Todos esos medios están atestados de licenciados y graduados…¿podríamos aplicar aquí aquello de lo que Natura no da, Salamanca no lo presta?…No, porque, precisamente, lo que se trasluce de ese estado de cosas es el pésimo papel de la “salamanca” de turno en el desempeño de sus funciones, lo que, a su vez, nos habla bien a las claras del paupérrimo y vergonzoso nivel de catedráticos, profesores y de las instituciones mismas (que sería menester cerrar, limpiar y restablecer).
De todos los atentados contra el castellano ( y su historia) hay dos que me enervan en especial y que denunciaré aquí.
1º— BIZARRO : en español, bizarro significa apuesto, valiente, bien parecido, bien adornado. El significado que le dan los modernillos actuales (empezando por algunos muy exitosos que van de intelectuales y presumen de haber leído muchos libros) y que se acerca a extraño, raro, grotesco procede del inglés, es un innoble anglicismo que debe ser erradicado. ¡Hablad en español, cojones!
2ª—”ESA ARMA”…Harto estoy de escuchar en los doblajes de películas cacofonías como “esa arma”, “esa agua”… Recordemos a Pedro Arias de Ávila, que acabó siendo conocido como Pedrarias Dávila a guisa de apresurado hipocorístico. El castellano es proclive a ese tipo de evoluciones que lo aproximarían al italiano, cosa que nunca se ha deseado. Así las cosas, dos áes juntas a fin y comienzo de palabra darían indeseados vocablos como “es´arma” o “es´agua” o “l´arma” o ” l´agua”…por ese motivo es norma que cuando una palabra acaba en “a” y la siguiente comienza por la misma vocal, la primera cambie y termine en “e”: “ese arma”, ” ese agua” de manera que se mantiene la integridad de las palabras y el idioma haciéndolo elegante e inteligible. A ver si aprendemos…
Quedo a la espera de insultos y acaloradas críticas, gracias.
© Fernando Busto de la Vega.