Tag Archives: universidad

SOPA PALEOLÍTICA (REFLEXIÓN LITERARIA)

lentil soup on a bowl and spoo

Hubo una época de mi vida en la que mi gran ambición (aparte de la literatura, siempre mi primer y más constante amor) era desarrollar una meritoria labor en la arqueología medieval de la que tan necesitada anda España. Como es obvio, ese sueño se truncó por diversos motivos institucionales y personales entre los que no jugaron un papel menor la cortedad de miras, la endogamia enfermiza, la todavía excesiva influencia eclesiástica y partidista (catolicismo, comunismo y neoliberalismo son verdaderas plagas en nuestras universidades) los egos cortoplacistas y ramplones, los intereses mezquinos, la iniquidad y la pasmosa estupidez del elemento universitario así como el censurable objetivo estatal de convertir la carrera de Historia en un semillero de profesores de secundaria sin más ambiciones intelectuales ni personales que convertirse en funcionarios grises, dóciles y leales a la ideología trasladada desde el poder como dogma social (y ahí los actuales currículums escolares y las leyes del tipo de la de Memoria Democrática juegan un papel relevante y nauseabundo). Pero no por ello dejé de participar en algunos seminarios y cursos más o menos especializados y no necesariamente relacionados con el principal interés que me movía.

En ese sentido, la Arqueología Experimental siempre me atrajo mucho, por lo que tiene de locura y de juego, y por la utilidad ulterior que podía obtener en mis investigaciones adaptándola al campo medieval.

Recuerdo que una de las conclusiones de este campo de estudio que más me admiró fue la demostración que hicieron algunos arqueólogos experimentales (extranjeros, obviamente) de que en el paleolítico se podía cocinar y comer sopa. La cosa puede parecer un asunto menor, pero debemos recordar que, en esa época, el ser humano no disponía de capacidad para fundir metales ni elaborar objetos de cerámica, todo lo más algunas escudillas y cucharas de madera, de modo que el consenso generalizado entre los prehistoriadores era que la sopa no apareció como uso alimenticio hasta el neolítico. Ahora ha quedado demostrado que hasta los neandertales pudieron tomarla.

Tras mucho estrujarse las meninges y dedicar muchas horas a intentar cocinar sopa sin cacharros, los investigadores dieron con la solución: se fabrica un odre (con el pellejo de cualquier animal de tamaño medio) cuyas extremidades se cosen convenientemente, se le llena de agua (y ya se habría inventado la cantimplora), se le añaden a ese agua los ingredientes deseados (carne, verduras y frutos que se hubieran podido recolectar, algún elemento sazonador…), se calientan unas piedras del tamaño adecuado en la hoguera y al cabo se arrojan también al interior del odre cuyo contenido calientan y cocinan permitiendo a los seres humanos del paleolítico tomar una sopa que, además de reconfortante, podía estar deliciosa.

Insisto: este descubrimiento puede parecer menor, pero es todo un hito que cambió por completo lo que sabíamos de nuestros lejanos ancestros, su modo y su calidad de vida.

Pero no es mi intención centrar este pequeño artículo en asuntos serios y académicos, sino traer a colación el cursillo (o lo que fuera) en el que yo preparé y consumí sopa paleolítica, momento que no deja de tener íntima conexión con mi obra y con ese sesgo que algunos desalmados tildan de surrealismo ibañezco o berlanguiano (y otros, más leídos, de esperpento carpetovetónico), pero no es otra cosa que transcripción de cierta realidad española cada vez más escondida por las ansias de parecer guiris de los modernos peninsulares.

España, amigos, es diferente, esperpéntica, surrealista, absurda, abismal, genial, terrible, mágica, encantadora, cutre y sublime y no podemos considerarnos buenos escritores si en lugar de aceptar y transmitir en nuestros escritos esa realidad que nos hace grandes nos empeñamos en caerles simpáticos a los guiris adoptando sus adocenados, planos y desdeñables modelos sociales, culturales y artísticos. Por eso, amigos escritores contemporáneos (y no digamos ya escritoras), vosotros y vosotras tendréis ahora mucho más éxito que yo, pero yo perduraré convirtiéndome en un clásico. Yo camino desnudo, vosotros llenos de perifollos, adornos y artificios brillantes, pero insulsos. Yo como castañas asadas y torrijas con las abuelas, vosotros os prostituís en las playas con los turistas. Esa es la diferencia.

La aculturación y la domesticación a la que estamos sometidos y que vosotros, como actrices porno arrodilladas con la boca abierta delante de un cimbel en flor esperando que os rieguen la boca, aceptáis sumisos y deseando tragarlas os hacen insulsos, irrelevantes, prescindibles y tibios…y por tibios la posteridad os arrojará de su boca.

Y llegados a este punto, y puesto que mis lectores me riñen si me alargo demasiado, creo que ha llegado el momento de acabar el artículo y dejar la anécdota que quería contar para más adelante.

Feliz Año.

© Fernando Busto de la Vega.

BIZARRO, “ESA ARMA”…GUÍA DE CASTELLANO PARA POSTGRADUADOS ESPAÑOLES.

Hay dos tipos de universidades en España: las públicas, destinadas a que los hijos de la clase obrera puedan llegar a ser profesores de instituto o funcionarios de grado medio; y las privadas, destinadas a que los retoños de las clases altas puedan acumular títulos y másteres que justifiquen sus predestinados puestos directivos en la administración pública o las empresas privadas. Ninguna de las dos tiene ni la más remota ambición cultural ni el más mínimo prurito de excelencia idiomática (máxime cuando el ilegítimo régimen de 1978 ha abandonado algunas de ellas a los delirios etnogenésicos de ciertas élites compradas por intereses extranjeros que algún día habrá que purgar a conciencia).

No me extenderé demasiado.

Existe un problema grave y es que en televisión y en cine (de la industria editorial hablaremos en otro momento), la inmensa mayoría de los que llegan a guionistas o traductores proceden de las facultades de Ciencias de la Información donde nunca se ha enseñado a escribir ni hablar correctamente el español. Propongo al lector un ilustrativo ejercicio: obtenga cualquier crónica del primer tercio del siglo XX o de finales del XIX y léala. Con toda seguridad, su autor carecía de ningún título universitario y hasta es muy probable que su educación formal fuera rudimentaria, pero encontrará el lector que sabía escribir y expresarse perfectamente en lo que llamaremos “el idioma de Cervantes”. Por el contrario, lea cualquier periódico moderno, escuche la radio o vea la televisión…Todos esos medios están atestados de licenciados y graduados…¿podríamos aplicar aquí aquello de lo que Natura no da, Salamanca no lo presta?…No, porque, precisamente, lo que se trasluce de ese estado de cosas es el pésimo papel de la “salamanca” de turno en el desempeño de sus funciones, lo que, a su vez, nos habla bien a las claras del paupérrimo y vergonzoso nivel de catedráticos, profesores y de las instituciones mismas (que sería menester cerrar, limpiar y restablecer).

De todos los atentados contra el castellano ( y su historia) hay dos que me enervan en especial y que denunciaré aquí.

1º— BIZARRO : en español, bizarro significa apuesto, valiente, bien parecido, bien adornado. El significado que le dan los modernillos actuales (empezando por algunos muy exitosos que van de intelectuales y presumen de haber leído muchos libros) y que se acerca a extraño, raro, grotesco procede del inglés, es un innoble anglicismo que debe ser erradicado. ¡Hablad en español, cojones!

2ª—”ESA ARMA”…Harto estoy de escuchar en los doblajes de películas cacofonías como “esa arma”, “esa agua”… Recordemos a Pedro Arias de Ávila, que acabó siendo conocido como Pedrarias Dávila a guisa de apresurado hipocorístico. El castellano es proclive a ese tipo de evoluciones que lo aproximarían al italiano, cosa que nunca se ha deseado. Así las cosas, dos áes juntas a fin y comienzo de palabra darían indeseados vocablos como “es´arma” o “es´agua” o “l´arma” o ” l´agua”…por ese motivo es norma que cuando una palabra acaba en “a” y la siguiente comienza por la misma vocal, la primera cambie y termine en “e”: “ese arma”, ” ese agua” de manera que se mantiene la integridad de las palabras y el idioma haciéndolo elegante e inteligible. A ver si aprendemos…

Quedo a la espera de insultos y acaloradas críticas, gracias.

© Fernando Busto de la Vega.