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REALIDAD Y AUTOPERCEPCIÓN (VESTIMENTA EN EL BALONMANO PLAYA FEMENINO)

El año pasado el asunto llamó mucho la atención y llegó a tener visos de escándalo y ecos épicos de liberación femenina.

Ocurrió que las jugadoras de la selección de balonmano playa femenino de Noruega, en un acto que tenía más de puritanismo que de feminismo, decidieron no usar biquini para jugar y sustituirlo por un pantalón tipo culote diciendo algo así como “que ya estaba bien” de ser cosificadas u ofrecidas como espectáculo a la lujuriosa mirada de los machos machistas…algo así, no merece la pena parar mientes en la tontería de las reivindicaciones y explicaciones de las escandinavas…tampoco hacerle demasiado caso a su federación, que las respaldó con lenguaje altisonante y actitud prepotente de superioridad moral frente al mundo (lo habitual en el racismo puritano de los pueblos germánicos: hacen el ridículo, demuestran su paletismo, pero ellos se creen superiores y se dignan a dar lecciones de ¿progresismo? y ¿modernidad? al mundo).

Lo interesante de este asunto menor y ridículo es que nos permite ahondar filosóficamente en la diferencia entre la realidad y la autopercepción, que conforma una de las paradojas fundamentales de la sociedad humana, sobre todo en estos días de grandilocuencias pretenciosas del ego.

Resulta evidente que las jugadoras noruegas se tomaron en serio a sí mismas y a su deporte y de ahí el puritano y reivindicativo acto de cubrirse las nalgas y los muslos. Resulta evidente, también, que los noruegos (como en general todos los germanos, especialmente de tradición protestante) se toman también muy en serio a sí mismos, dejan actuar sutilmente su racismo pretendiéndose superiores a los demás, y se permiten dar lecciones y considerarse moralmente superiores.

Pero seamos serios: ¿a alguien le interesa de verdad el balonmano playa femenino?¿Alguien perdería el tiempo en ver un partido si las chicas no fueran en biquini? No estamos hablando de un deporte útil y necesario (suponiendo que alguno lo sea), sino de un espectáculo premeditado para atraer audiencias ociosas y aburridas en días de verano…al señor ese en calzoncillos y sin afeitar que bebe cerveza fría y vegeta en su sofá porque no tiene nada mejor que hacer…lo demás son cuentos y, como dicen en mi tierra, mandangas.

Cualquier día de estos las estrípers se negarán a quitarse la ropa para luchar por la liberación de la mujer y dirán que su ocupación es arte y alta cultura y que no debe devaluarse como espectáculo para el deleite masculino. Y estará bien que lo hagan…eso sí: a ver quien les paga (quizá algún ministerio de Igualdad, Cultura o similar colonizado por ciertos lobbies contraproducentes…)

No me resistiré a añadir una imagen más de este apasionante deporte.

© Fernando Busto de la Vega.

EL BIQUINI Y EL OMBLIGUISMO MODERNO

Sin duda dos de las características de la época que nos ha tocado vivir son la ignorancia y la arrogancia adanística de creerse el centro de la historia y el principio de todo. Podría disertar larga y sesudamente al respecto, pero, dadas las fechas, prefiero expresar la misma idea de modo ligero y mundano (y a ser posible, rodeándome de chicas guapas ligeras de ropa, que no está de moda y por eso mismo, además de tonificante, es subversivo: hay dictaduras que deben ser combatidas).

En fin: es inevitable que todos los años, llegado el verano, surjan como hongos en la prensa “seria” ilustrativos artículos sobre el origen de esta prenda. La mayoría, siguiendo los lugares comunes del corta y pega universal que se ha convertido en la forma de cultura y civilización que padecemos, aluden al invento del biquini por parte de no sé qué francés (ya sabemos que los franceses se creen el centro del mundo y de la Historia y consiguen que los anglosajones se lo crean, lo que delinea la verdad oficial predominante) allá por 1946 y muestran esta imagen como prueba histórica del primer bikini:

Pero bueno, para no alargarnos: el biquini lo habían inventado ya las romanas, como demuestra el mosaico del siglo IV encontrado en Villa de Cassale, Sicilia, y que nos muestra a varias jóvenes practicando deportes en una época en que el cristianismo ya presionaba contra la desnudez, especialmente femenina.

Como información adicional, diré que la prenda inferior, recibía en Roma el nombre de Subligar, la braca, origen de la palabra braga, era una prenda masculina que solo adoptaron las romanas en el norte y por cuestiones climatológicas. En cuanto a la prenda superior recibía el nombre de strophium o mamillare, si bien las niñas que entraban en la pubertad y empezaban a ver desarrollarse sus tetas (en español se dice tetas, eso de “pechos” es introducción clerical) usaban una versión más suave y menos ceñida que recibía el nombre de fascia.

En cuanto al tanga y el topless (¿me censurará WordPress si pongo una foto de una chica en tanga y en topless? estoy casi seguro de que sí, pero…)

Lo sé, he arriesgado poco.

Bueno: también lo inventaron los romanos.

Sabemos que las gladiadoras (las hubo) luchaban siempre con la parte superior del cuerpo desnuda, nada extraño, también lo hacían las mujeres duelistas del siglo XIX.

Por otra parte, y gracias a que llegó a emperatriz, conocemos bastantes detalles de la vida de Teodora, que, entre otras cosas, fue actriz y bailarina en Constantinopla.

Comenzó bailando desnuda a los nueve años en un coro que acompañaba a su hermana mayor, de doce, que era la estrella del espectáculo representando a Afrodita. A los quince, Teodora ejercía ya de vedette, cantando, bailando, representando números picantes de mimo y haciendo chistes mezclada entre el público. Para entonces vestía ya un tanga porque las diatribas de los cristianos contra el teatro comenzaban a tener consecuencias prácticas y se decretó que las mujeres no podían aparecer completamente desnudas en escena, de modo que empezaron a salir con los subligares más diminutos que podían conseguir. Esta introducción forzada por la Iglesia del tanga en escena ocurrió en torno al año 513.

Pues eso: que no todo se inventó en el siglo XX y mucho menos en el XXI.

Y vámonos ya a la playa (o a la terraza de turno).

© Fernando Busto de la Vega.