
Hace poco, durante uno de mis habituales paseos matutinos (que algunas jóvenes amigas cariñosas, pero irrespetuosas, identifican ya como un signo de mi acercamiento a la tercera edad, las muy zorras) tuve un serio incidente con un agresivo matón llamado Pupy.
La sangre, debo confesarlo, no llegó al río y eso fue lo mejor que pudo ocurrirle a Pupy, a la postre un tan minúsculo como adorable carlino negro que emergió furibundo de entre unos matorrales para plantarse en medio del camino tratando de negarme el paso.
Inmediatamente, sudoroso y aterrado, de entre los mismos matojos salió su azarado propietario, un hombre de mediana edad que corría tras él para evitar el conflicto y, quizá, la posible demanda y lo ató de inmediato dándome todo tipo de explicaciones, especialmente esta:
—Es que está mi mujer aquí cerca. Conmigo, habitualmente Pupy no hace estas cosas, pero con ella…la defiende ¿sabe usted?
—¡Ah, que bien!— respondí esbozando una sonrisa.
Reanudado el paseo, una vez apartado de mi camino el terrible cánido, fui reflexionando (cuesta arriba, que no es fácil, estaba subiendo un pronunciado repecho entre la foresta) sobre las bromas de la genética…Que, como a Pupy, le otorga la conciencia moral para entender que debe defender a los miembros más débiles de su familia y el valor para hacerlo jugándose incluso la vida, pero le regatea los medios físicos para estar a la altura de su grandeza ética…
Y cuántos nos encontramos en esa misma tesitura: precisados de salir ladrando al camino para defender a los más débiles, para reivindicar los más altos preceptos morales, para sacar adelante a los nuestros…y de qué pocos medios y envergadura estamos dotados…Y también de cuántos, acobardados, simplemente callan y se arrastran por la vida ganando con su propia baba unos minutos más de existencia…
Más adelante, cuando pude por fin sentarme a resoplar en lo alto de la empinada pendiente, mis pensamientos viraron lentamente hacia la sonrisa traviesa y acabé recordando a otro matón temible, este llamado Alfonsito.
Hace años, en Madrid, unos amigos y yo nos equivocamos de fiesta (y de barrio).
Otro amigo,David, inauguraba piso e iba a celebrarlo reuniendo a unos cuantos camaradas. Nosotros esperábamos un barrio obrero o de clase media, un apartamento discreto, patatas fritas, algo de jamón, tortilla de patatas y whisky barato con refresco de cola de marca blanca…Pero el navegador del automóvil modernísimo de mi amigo P.U. nos desembarcó en una urbanización de lujo en la que no sé muy bien cómo nos dejaron entrar sin cortapisas, en un chalet catedralicio con jardines como campos de fútbol y piscina olímpica y en una fiesta multitudinaria con visos de orgía…bueno: directamente en un pandemonium de drogas y sexo salvaje. Algunos se lo estaban montando ya en el jardín y la piscina cuando llegamos…y eran todos guapos, jóvenes, bronceados…nosotros, pobres paletos que no habíamos pisado un gimnasio en años, quedamos asombrados, patidifusos. Sabíamos que a nuestro amigo David le iba mejor desde hacía un tiempo, pero tanto…

Ilusos de nosotros, atravesamos el jardín ( y había gente que en pleno esnife, consumo de pastillas o acto sexual generalmente plural y multitudinario nos lanzaba miradas de odio y sorpresa asombrándose de que no lleváramos una cesta con gallinas bajo el brazo y hubiéramos prescindido de la boina) y nos adentramos en la mansión, donde las escenas a lo Eyes Wide Shut y cualquier peli de orgías de esas de los canales porno de internet se hacían más intensas y más crudas…aquello sí que era un fiestón. Un fiestón de esos a los que nadie nos invitaba nunca, y seguíamos avanzando muy apretaditos, apiñados, y pasmándonos de los avances sociales y económicos de nuestro amigo David…De vez en cuando preguntábamos por él, sin caer en la cuenta de que el suyo es un nombre muy común, y todo el mundo parecía conocerle y nos señalaba en una dirección. Moza, de esas con pinta de modelo, hubo que se sacó un sobredimensionado miembro viril que le perforaba la garganta de la boca y nos señaló con él el camino que debíamos seguir…
Al cabo, ya en el segundo piso, dedicado al sadomaso gay, nos salió al paso un tipejín minúsculo (al que llamaremos también Pupy) con tanga de cuero, mostacho motero, gorra nazi con esvásticas-pollas y una fusta y nos preguntó quiénes éramos y a dónde íbamos. Le dijimos que queríamos ver a nuestro amigo David, pero este Pupy debía ser el único de la fiesta que no lo conocía. Así que nos ordenó marcharnos y, como nosotros insistíamos en quedarnos nos amenazó con llamar a Alfonsito, su machaca…
Nosotros no sabíamos quién era Alfonsito, y tampoco nos importaba, de modo que nos mantuvimos firmes y Pupy, que trató de fustigarnos y acabó sin fusta y con dos collejas, comenzó a gritar desesperado y con un deje atiplado de mariquita que hoy censurarían los medios de contar en ellos esta anécdota:
—¡Alfonsito! ¡Alfonsito!
Y Alfonsito resultó ser un tío de dos metros, hercúleo y muy mal encarado que no nos asustó, éramos tres y podíamos reducirlo fácilmente y darle una paliza.

Desgraciadamente, Alfonsito, en lugar de violento, se puso cariñoso y esto sí que nos aterrorizó. Salimos del segundo piso, de la mansión, del jardín con piscina y de la urbanización a la carrera…a U.P. , que se rezagó, ni siquiera lo esperamos, tuvo que correr, insultándonos, detrás de su propio coche hasta que lo detuvimos ya lejos del peligro…Todavía no nos ha perdonado.
Al cabo, telefoneamos a nuestro amigo David y, en efecto, nos aguardaba en un piso pequeño más cerca de Leganés que de Alcobendas y La Moraleja y su fiesta era normalita, tirando a bastante cutre…¡pero tan segura!…
De vez en cuando, tiemblo y sudo de pánico al recordar a Alfonsito, sus músculos, su tanga con dibujos de anclas y su gorro de marinerito salaz.
© Fernando Busto de la Vega.