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TIRAMISÚ Y MICROMARICONISMOS

Si atendemos al relato oficial impuesto desde el poder llegaremos a creer que la sociedad en la que vivimos es violenta, agresiva y salvaje y que este peligro siempre parte de los mismos, los hombres blancos heterosexuales, de un colectivo que, según parece, debe vivir encadenado y salir a la calle con bozal. Todo es agresión. Hay legiones de voceros y activistas que no hacen sino clasificar, inventar y publicitar listas de microagresiones a determinados constructos sociales cuyos supuestos miembros a menudo no se identifican como tales, dentro de una feroz campaña de control social totalitario de corte maoísta mucho más peligrosa e insidiosa de lo que pueda parecernos si no la analizamos con cierta atención. Todo son micromachismos, microrracismos, microhomofobias, microleches en vinagre.

En ocasiones, humorísticamente o no, la cosa llega a extremos kafkianos, por ejemplo: te encamas con una preciosa rubia de ojos azules y una rotunda negra de lomos color chocolate y esta última medio se enfada y te llama racista porque se la metes primero a la rusa. Invitas a cenar a otra y te llama machista si la dejas pasar primero por la puerta o le acercas la silla para que se siente y maleducado si no lo haces. Eres machista si le pagas la cena y rácano si no lo haces…y un cabrón, al que se puede insultar y arrojar objetos contundentes, cuando te hartas, te levantas de la mesa y te vas diciéndole que la aguante su abuela.

Como digo, en ese relato progre y dominante, y ferozmente maniqueo, la violencia siempre va en la misma dirección y hay toda una caterva de ofendiditos dispuestos a crucificar al señor blanco heterosexual por sus microherejías inventadas. ¿Qué sucedería si ese colectivo maldito invirtiera las tornas y comenzara a ofenderse también y a victimizarse? Podríamos hablar de la violencia institucional instalada en los medios represivos (policía, juzgados…) donde sistemáticamente se ignora la presunción de inocencia de los hombres, colectivo discriminado y perseguido por el feminazismo, de la ejercida por esa misma secta y el Mariconismo Internacional en los medios de comunicación, contra el mismo colectivo acosado, insultado y vilipendiado como lo fueron los judíos en la Alemania nazi…

Pero no quiero profundizar tanto. Hoy estoy de buen humor (en mi ciudad es puente de comer roscones para celebrar la festividad de San Valero y estoy a punto de batir un record en esa especialidad) y me limitaré a ofenderme un poco por un micromariconismo del que he sido víctima.

Salgo a comer con un amigo para celebrar la cercana publicación de mi próxima novela (El Incidente Lesmes) y regalarle algún ejemplar que el tipo, obstinadamente, se empeña en remunerarme. Llegan los postres, él se entrega al pacharán y yo, a pesar del exceso de roscones, me doy con denuedo al tiramisú. Pues bien: la camarera me trae mi tiramisú con dos cucharitas para que lo compartamos, sonríe y nos guiña el ojo llamándonos “parejita”…Ha supuesto que somos maricones y estamos liados, y le parece muy bien, es moderna y enrollada.

Por lo visto uno no puede salir a comer, ni a nada, con un amigote sin que el prejuicio gay que se está imponiendo en la sociedad haga presuponer que lo normal es que esos dos tipos sean pareja. Y a mí eso, como macho alfa de la especie, me molesta, me ofende y me encocora. No hay nada de malo en ser maricón, dicen, pero no deben mezclarse churras con merinas.

¡Que me ha ofendido el micromariconismo, vaya! …¡Con lo que me gusta el tiramisú y ya no voy a poder tomarlo en público, y menos en compañía de varones, para no sufrir la agresión del mundo feminista-progre-maricón en forma de micromariconismo!

En fin…El siglo XXI…Mao en la sombra y los putos wokes indocumentados cacareando…Así nos va.

© Fernando Busto de la Vega.