
Nunca he sido demasiado aficionado a la ciencia ficción como género y, de hecho, siento una profunda aversión por algunos de sus autores (verbi gratia, Isaac Asimov al que considero un cantamañanas insigne). Por Rudy Rucker, en cambio, experimento un cierto respeto. Incluso simpatía a pesar de ser descendiente de Hegel y profesor de matemáticas en Heidelberg durante un periodo de su vida.
En realidad, el hecho de que se educara con los jesuitas y que durante su paso por el Randolph-Macon College para mujeres de Lynchburg, Virginia (1980-1982) saliese sin ningún hijo secreto ni escándalo sexual alguno tampoco contribuye a que mi simpatía por él crezca en demasía.
Más aún: ni siquiera estoy seguro de que el transrealismo inventado por él como alternativa personal al género cyberpunk me convenza del todo…aunque en ese punto aun persisto en la duda.
Sea como fuere, una cosa es cierta: Rudy Rucker ha acuñado la mejor definición de la vida y la existencia que jamás se ha enunciado. Una frase sencilla, pero que daría para un grueso volumen exegético. Es la siguiente: “Mi vida, dijo, es un fractal en el espacio Hilbert”.
Esta definición me subyugó y me impresionó desde la primera vez que la leí en épocas de mayor permeabilidad y plasticidad intelectual. Sigo, no obstante, adoptándola como propia y dicta no pocos de mis caminos literarios: el personaje en su infinito abismo interior en medio de un espacio (físico, moral, temporal, social, etc) de dimensiones infinitas.
Yo mismo, como todos, soy un inabarcable fractal de abismos insondables en medio de un caos cuántico que solo se disfraza de orden euclídeo como impostura.
© Fernando Busto de la Vega.