
En Las Siervas de Kromsak (novela víctima de una pésima edición que lamento en 2017 y que reivindico a pesar de todo como propia) uno de los detectives protagonistas se llama Juan Sherlock. Como él mismo se encarga de explicar al Profesor Escorpio, su cliente del momento, que da inicio a la trama, su nombre se debe a que desciende del general irlandés que, al servicio de España, defendió Melilla del asedio marroquí en 1775. Militar hoy en día, como tantos otros, injustamente olvidado a quien creí justo homenajear.
Ahora bien: en algún momento de La Verdadera Historia del Bucicarlos Vengador (publicada en 2018 y que desde 2019 ha vendido más de 40000 copias piratas en ebook sin que ni una sola de ellas haya redundado en mi beneficio económico o reputacional, si bien agradezco el éxito del libro) aparece también Sherlock Holmes, esta vez en persona y acompañado de su hermano Sherrinford (menos conocido que Mycroft), intentando sin éxito esclarecer cierto misterio que no hace al caso traer a colación. Alguno de mis lectores (de hecho, una lectora a la que aprecio sobremanera) cayó en la cuenta de estas dos apariciones y llegó a la conclusión de que experimento una fascinación por el personaje. No es del todo cierto.
La verdad radica en que he pensado mucho sobre la naturaleza del fenómeno literario y su arbitrariedad (sí, en ocasiones me pongo estupendo) y el ejemplo de Sherlock Holmes resulta a estos efectos de lo más elocuente. El imparable éxito del personaje mientras su autor se empeñaba en olvidarlo para escribir otras cosas “serias” e “importantes”, no olvidemos que Sir Arthur Conan Doyle llegó a asesinar a Sherlock Holmes (en efecto: en las cataratas Reichenbach) y se encontró con que medio Londres se vistió de luto en señal de protesta y la presión social y de sus lectores le obligó a resucitar al personaje, es de lo más elocuente. También podría haber puesto similar ejemplo con el Pérsiles de Cervantes, que el consideraba su obra cumbre y que nadie a leído, y el Quijote, que él desdeñaba y se considera su obra maestra. Pero, desengañémonos, dicho ejemplo no hubiera interesado a nadie. Y ese es un desalentador, pero indiscutible, síntoma del descrédito y postergación de la herencia cultural hispana incluso entre los propios españoles. Somos una civilización en decadencia (y de esto hablaremos mucho en este blog señalando, además, a los culpables) y vivimos en el maremágnum anglosajón. Hay gente en la hispanosfera que repite miméticamente que Shakespeare es el mejor dramaturgo de la Historia sin haber visto una sola obra de Lope de Vega…Y así nos va.
A lo que íbamos: es cierto que me interesa mucho la figura de Sherlock Holmes como metáfora de la naturaleza de la literatura y el modo en que se burla, a través de los deseos del público, de la voluntad y el ego del autor. La faceta más dura y cruel de esta realidad es el desinterés. El autor propone: escribe y publica, y el público desdeña su empeño condenándole al anonimato y el fracaso. Sin embargo, el triunfo no deseado es todavía peor. El fracaso es un purgatorio del que acaso con tiempo, trabajo y suerte se pueda salir; el éxito indeseado es un infierno permanente.
© Fernando Busto de la Vega