Ando estos días releyendo el Manual de Vida de Epícteto ( ya sabéis que mi rollo es el zen y el estoicismo…más el estoicismo que el zen, por cierto. Sin desdeñar, y espero no escandalizaros, a Platón y, sobre todo, el neoplatonismo). Lo reconozco, consciente del baldón que ello representa en pleno siglo XXI: soy neoplatónico y emanatista.
Bien, como decía, ando estos días releyendo a Epícteto (soy de quienes lo pronuncian con acento y lo escriben con tilde) y filosofando por vía bastarda sobre la vida y la felicidad. Sucede que hace mucho que no salgo de noche con los amigotes y un exceso de inocentes desayunos con amigas de cierta edad (entre los treinta y pocos y los cuarenta y algo) anda girándome hacia lo ñoño, lo melancólico y lo cuqui. Me están pervirtiendo, vaya. ¡A mí!…¡Al solterón escéptico y cínico que miraba la vida con ironía y desdén!…(me urge una dosis aceptable de noche, juerga, garrulismo ibérico y alcohol en cantidades memorables para devolverme al buen camino…lo dejo ahí para quien quiera recoger el guante).
La parte buena de esta tesitura vital es que puede dar fruto literario (me remito al nuevo vídeo intitulado “Paseo 3” que he subido recientemente a la sección “Paseando la Vida” de este mismo blog y en el que explico —mal y poco— como alguno de estos desayunos ha engendrado el germen inicial de una futura novela. Si no por el contenido, tenéis que verlo por el espectáculo hipnótico y un tanto caricaturesco de mis cejas agitadas por el viento como locas gogós de los setenta), pero la mala, aparte del alarmante descenso de mis niveles de testosterona en sangre, es que ando ahora preocupándome por nimiedades y adaptando los consejos de Epícteto (a Buda no le hago ningún caso, no en vano fue muy posterior al desarrollo de las técnicas zen, aunque los ignorantes crean lo contrario) a esas dificultades minúsculas a las que ciertas personas (no quiero señalar) convierten en cordilleras infranqueables desde su original condición de granitos de arena. Es un mal camino del que me avergüenzo, pero que transito sin remedio.
Para no alargarlo, ya que este parloteo escrito no nos conduce a ninguna parte: hay que disfrutar las pequeñas alegrías mientras esperamos las grandes y convertir en pequeñas alegrías pequeños hechos neutros…Si amanece soleado, hay que agradecer el sol y disfrutarlo; si lluvioso, correr gozando y riendo como niños para no mojarnos y, si nos atrevemos y nadie nos ve, a saltar sobre los charcos…
Concluiré con una confesión (que hace apenas unos años hubiera ocultado bajo siete llaves): de lejos, el momento más feliz que he vivido en lo que va da año fue en el trabajo (ya sabéis que, de momento, trabajo en un centro para la atención de minusválidos psíquicos). Aprovechando una clara, mi compañero Jaime y yo pusimos a todo trapo la versión del “Barquito Chiquitito” que ilustra esta entrada y, en cuestión de segundos, estábamos rodeados de internos bailando con regocijo, cosa que también hicimos nosotros dos abandonándonos a la alegría general y prescindiendo de cualquier reparo o vergüenza…os aseguro que fue un instante de paraíso y de parusía, entendida, por supuesto, desde el lado pagano del término, que lo tiene. Una pequeña alegría que nos libero del peso de nuestro karma, de nuestras preocupaciones…volvimos a ser niños, o menos aún que niños…y eso bastó para sonreír el resto del día.
Moraleja: dejad de creeros tan importantes, abandonad vuestros temores y vuestras ambiciones durante unos minutos. Abandonaos a la inocencia y sed intensamente felices haciendo el bobo…no ser nosotros mismos es, a menudo, la mejor forma de serlo intensa y verdaderamente.
Os dejo, para finalizar esta entrada, otra forma de expresarlo (más culta, espiritual y guay): el Poema de los Átomos de Rumi.
ya sabéis:
Baila como si nadie te estuviera mirando, ama como si nunca te hubieran herido, canta como si nadie te estuviera escuchando, trabaja como si no necesitases el dinero, vive como si este mundo fuera ya el paraíso... Rumi. (et ego)
© Fernando Busto de la Vega