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MEDITANDO DESNUDAS

Estamos en agosto, hace calor y no nos apetece enfrascarnos en sesudas y profundas disquisiciones. Así que tiraré de anécdota un tanto infantil y bastante ramplona para rellenar esta página y unos minutos de asueto para mis lectores.

Ya he explicado varias veces en estas entradas que lo mío es el zen (no budista) y el estoicismo. Naturalmente, uno no puede decir esto sin haber pasado un buen puñado de horas sentado en meditación y efectuándola con otras muchas técnicas. Por algún motivo esta circunstancia a los varones y a las mujeres de cierta edad les resulta por completo indiferente mientras que a las jóvenes las atrae con una cierta pátina de reverencia. Es lo habitual: donde las mujeres con experiencia ven un gilipollas, las jovencitas bobas encuentran un tipo muy profundo e interesante.

Ello conduce a veces, lo confesaré, a experiencias mixtas entre el misticismo y la bellaquería que encuentran su traducción en poemas como este de El Gorrión en la Rama Desnuda:

Al alba, sentada en tanga para meditar,
dice:—guíame.
Respondo:—mata a Buda sin vacilar.
Hazlo, y bésame. 

Esa mezcla entre lo divino y humano, que tanto puede escandalizar a muchos, es, sin embargo, una utilísima enseñanza que no desgranaré aquí.

Pues bien, vamos a la anécdota (y, ojo, a su enseñanza):

Días pasados, en un breve viaje a Levante, mi joven anfitriona y sus amigas me pidieron que las guiara en una práctica de zazen (o similar) que yo encaucé por la técnica Shikantaza.

El zazen siempre se practica vestido, pero las chicas, con la intención de integrarse en la naturaleza, exigieron practicar desnudas. Me pareció bien. Tal determinación condujo a unas largas pesquisas para encontrar un lugar lo suficientemente retirado y discreto como para encontrarse en la naturaleza, pero sin mirones indeseados.

Finalmente, al anochecer, consintieron comenzar el ejercicio.

No hubo mirones, pero las chicas acabaron huyendo a la carrera del lugar entre gritos y manotazos: atraían a los mosquitos y estos se mostraban inmisericordes. No negaré que me reí a gusto. Su impulso místico acabó ahí, mientras huían en cueros por el campo, no lejos del mar, perseguidas por una miríada de insectos.

En ese punto yo recordé otro poema de El Gorrión en la Rama Desnuda:

Calor feroz de estío, medito.
Las moscas que revolotean mi calva
¿me martirizan o me salvan?

Naturalmente no les hablé a las chicas de este poema ni de la enseñanza que conlleva. No lo hubieran comprendido. En lugar de eso se vistieron y buscamos una terraza agradable. Lo demás ya no resulta de interés para el lector.

© Fernando Busto de la Vega.

HOY, ALGO DE ESPIRITUALIDAD

Algún día escribiré un sesudo libro lleno de vacua erudición sobre la influencia de la espiritualidad contemplativa franciscana en San Juan de la Cruz, poniendo en su debida perspectiva la tan cacareada influencia sufí (que no niego) y aludiendo a un poco conocido manual de contemplación (para los modernos que se dejan seducir por lo oriental: de meditación) inglés del siglo XIV : La Nube del No Saber, que algunos atribuyen, sin demasiado fundamento, a un cartujo, pero que participa intensa y profundamente de la tradición mística franciscana.

Tradición, por cierto, que no recomiendo como camino de iluminación. Francisco de Asís, dueño de muchas virtudes espirituales, no dejaba de ser un desequilibrado y una creación de la curia vaticana para colonizar las ciudades que en ese momento escapaban de la influencia eclesiástica, y, por lo tanto, añadió una significativa carga ideológica y propagandística a todo el asunto de la formación de su orden que afectó también a la tradición contemplativa de la misma.

Esa insistencia, ideológicamente muy cristiana, pero espiritualmente perjudicial, en comparar la práctica contemplativa (o meditación) con la pasión de Cristo o el martirio de algunos santos, además de contraproducente, sádica y retorcida es por completo innecesaria. Llegar a la iluminación, al satori, si deseamos utilizar esa palabra japonesa tan vinculada el zen, es cuestión de disciplina y de constancia, pero no requiere necesariamente un periodo de sufrimiento intenso ni de identificación con el sufrimiento mistérico de ninguna mitología concreta, ni siquiera la cristiana.

A mi juicio, toda la tradición de contemplación franciscana que podemos ver en San Juan de la Cruz, por ejemplo en el poema Tras Un Amoroso Lance, cuya lectura recomiendo, pero que ofreceré al lector en la versión musical que Estrella Morente hizo en colaboración con Michael Nyman, conduce a una desesperación y dolor innecesarios para el buscador de la Verdad.

Por supuesto, y hay que decirlo, ese voluminoso y sesudo libro lleno de erudición que me propongo escribir, será por completo inútil. El camino espiritual hacia la iluminación es eso: un camino, una experiencia. Acción y no pomposa erudición.

A este respecto será interesante recordar aquel cuento zen en el que un maestro exitoso, con cientos de discípulos, se ve en la necesidad de dividir su monasterio y, por lo tanto, de erigir un nuevo maestro que comprenda la práctica contemplativa (o meditativa) y decide someter a sus discípulos a un examen. Los reúne a todos en lo que podemos definir como refectorio del monasterio, coloca en el centro de la estancia una escudilla con agua y pide a los monjes que expresen la naturaleza del agua sin utilizar esa palabra.

Naturalmente, los primeros en intentarlo son los eruditos, sentados en las primeras filas de la reunión. Durante horas parlotean y parlotean sin conseguir el propósito propuesto por el maestro. Al cabo, un fámulo, el más humilde de los monjes (y este no es dato baladí: si buscas la grandeza espiritual debes ser humilde y confundirte con los que están más abajo en la escala social, entre los poderosos nunca ha habido ni habrá presencia divina, ya lo dijo Cristo: antes pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico al Reino de los Cielos), harto de tanta cháchara y deseando acabar porque todavía debía fregar los platos y barrer el monasterio, se levantó, cruzó la habitación desde las últimas filas de los monjes, le dio una patada a la jícara con agua derramando esta y marchándose sin decir nada…él fue el elegido como nuevo maestro, porque era el único que demostró la comprensión última de la espiritualidad (de la cual el zen solo es un camino acaparado indebidamente por los monjes budistas).

No explicaré más. Quien esté preparado para comprender lo que digo lo comprenderá, los que no…bueno…cada cual ocupa su lugar en la escala de comprensión, id ascendiendo y todo llegará.

Comenzaba esta entrada con un poema de San Juan de la Cruz cantado por Rosalía, que homenajeaba la versión de Enrique Morente. Quiero terminarla ofreciendo al lector la versión original de este cantaor y haciendo un pequeño guiño erudito: esa fuente de la que habla el poema y que los cristianos identifican con el Espíritu Santo, entre los seguidores de Zoroastro se identificaba con la diosa Anahita, que los griegos asimilaban a Ariadna, la reina del Laberinto…os dejo el dato, aprovechadlo. No siempre tendréis tan cerca la comprensión.

Por cierto, que basta leer el poema que comienza: “Entréme donde no supe, y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo” para saber que San Juan de la Cruz, a pesar de su equivocada vía franciscana, alcanzó el satori, la iluminación. No dejéis de leer ese poema.

© Fernando Busto de la Vega.

Y, ya sabéis: matad a Buda, matad a Cristo, matad a Mahoma…morid vosotros mismos para resucitar.

LAS PEQUEÑAS ALEGRÍAS

Ando estos días releyendo el Manual de Vida de Epícteto ( ya sabéis que mi rollo es el zen y el estoicismo…más el estoicismo que el zen, por cierto. Sin desdeñar, y espero no escandalizaros, a Platón y, sobre todo, el neoplatonismo). Lo reconozco, consciente del baldón que ello representa en pleno siglo XXI: soy neoplatónico y emanatista.

Bien, como decía, ando estos días releyendo a Epícteto (soy de quienes lo pronuncian con acento y lo escriben con tilde) y filosofando por vía bastarda sobre la vida y la felicidad. Sucede que hace mucho que no salgo de noche con los amigotes y un exceso de inocentes desayunos con amigas de cierta edad (entre los treinta y pocos y los cuarenta y algo) anda girándome hacia lo ñoño, lo melancólico y lo cuqui. Me están pervirtiendo, vaya. ¡A mí!…¡Al solterón escéptico y cínico que miraba la vida con ironía y desdén!…(me urge una dosis aceptable de noche, juerga, garrulismo ibérico y alcohol en cantidades memorables para devolverme al buen camino…lo dejo ahí para quien quiera recoger el guante).

La parte buena de esta tesitura vital es que puede dar fruto literario (me remito al nuevo vídeo intitulado “Paseo 3” que he subido recientemente a la sección “Paseando la Vida” de este mismo blog y en el que explico —mal y poco— como alguno de estos desayunos ha engendrado el germen inicial de una futura novela. Si no por el contenido, tenéis que verlo por el espectáculo hipnótico y un tanto caricaturesco de mis cejas agitadas por el viento como locas gogós de los setenta), pero la mala, aparte del alarmante descenso de mis niveles de testosterona en sangre, es que ando ahora preocupándome por nimiedades y adaptando los consejos de Epícteto (a Buda no le hago ningún caso, no en vano fue muy posterior al desarrollo de las técnicas zen, aunque los ignorantes crean lo contrario) a esas dificultades minúsculas a las que ciertas personas (no quiero señalar) convierten en cordilleras infranqueables desde su original condición de granitos de arena. Es un mal camino del que me avergüenzo, pero que transito sin remedio.

Para no alargarlo, ya que este parloteo escrito no nos conduce a ninguna parte: hay que disfrutar las pequeñas alegrías mientras esperamos las grandes y convertir en pequeñas alegrías pequeños hechos neutros…Si amanece soleado, hay que agradecer el sol y disfrutarlo; si lluvioso, correr gozando y riendo como niños para no mojarnos y, si nos atrevemos y nadie nos ve, a saltar sobre los charcos…

Concluiré con una confesión (que hace apenas unos años hubiera ocultado bajo siete llaves): de lejos, el momento más feliz que he vivido en lo que va da año fue en el trabajo (ya sabéis que, de momento, trabajo en un centro para la atención de minusválidos psíquicos). Aprovechando una clara, mi compañero Jaime y yo pusimos a todo trapo la versión del “Barquito Chiquitito” que ilustra esta entrada y, en cuestión de segundos, estábamos rodeados de internos bailando con regocijo, cosa que también hicimos nosotros dos abandonándonos a la alegría general y prescindiendo de cualquier reparo o vergüenza…os aseguro que fue un instante de paraíso y de parusía, entendida, por supuesto, desde el lado pagano del término, que lo tiene. Una pequeña alegría que nos libero del peso de nuestro karma, de nuestras preocupaciones…volvimos a ser niños, o menos aún que niños…y eso bastó para sonreír el resto del día.

Moraleja: dejad de creeros tan importantes, abandonad vuestros temores y vuestras ambiciones durante unos minutos. Abandonaos a la inocencia y sed intensamente felices haciendo el bobo…no ser nosotros mismos es, a menudo, la mejor forma de serlo intensa y verdaderamente.

Os dejo, para finalizar esta entrada, otra forma de expresarlo (más culta, espiritual y guay): el Poema de los Átomos de Rumi.

ya sabéis:

Baila como si nadie te estuviera mirando,
ama como si nunca te hubieran herido,
canta como si nadie te estuviera escuchando,
trabaja como si no necesitases el dinero,
vive como si este mundo fuera ya el paraíso...
 Rumi.  (et ego)

© Fernando Busto de la Vega