Miguel Labordeta (Zaragoza 1921-Zaragoza 1969), hermano mayor del más conocido José Antonio Labordeta (Zaragoza 1935-Zaragoza 2010), es sin duda uno de los mejores poetas de su generación. Debido a su condición de aragonés y su empeño de no salir de Zaragoza para integrarse en las capillas poéticas de moda en Madrid y Barcelona (algunos de cuyos miembros, como Cirlot, tuvieron que venir a Zaragoza para iniciarse en las vanguardias, mal que les pese a muchos popes del bicentralismo cultural español) suele ser ignorado y menospreciado demasiado a menudo. Hoy quiero recordar algunos de sus poemas. El primero (Retrospectivo Existente) por partida doble: por escrito y recitado por su hermano José Antonio en su disco En Directo de 1977.
RETROSPECTIVO EXISTENTE
Me registro los bolsillos desiertos para saber dónde fueron aquellos sueños. Invado las estancias vacías para recoger mis palabras tan lejanamente idas. Saqueo aparadores antiguos, viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas, estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato, pero nadie me dice quién fui yo. Aquellas canciones que tanto amaba no me explican dónde fueron mis minutos, y aunque torturo los espejos con peinados de quince años, con miradas podridas de cinco años o quizá de muerto, nadie, nadie me dice dónde estuvo mi voz ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía esculpida en presurosos desayunos, en jolgorios de aulas y pelotas de trapo, mientras los otoños sedimentaban de pálidas sangres las bodegas del Ebro. ¿En qué escondidos armarios guardan los subterráneos ángeles nuestros restos de nieve nocturna atormentada? ¿Por qué vertientes terribles se despeñan los corazones de los viejos relojes parados? ¿Dónde encontraremos todo aquello que éramos en las tardes de los sábados, cuando el violento secreto de la Vida era tan sólo una dulce campana enamorada? Pues yo registro los bolsillos desiertos y no encuentro ni un solo minuto mío, ni una sola mirada en los espejos que me diga quién fui yo.
LETANÍA DEL IMPERFECTO
Sed antigua abrasa mi corazón de lentitudes. En música y llanto mi ubre roída de pastor. Tumbas de aguas y sueño, soledad, nube, mar. Doncellas en flor, cementerio de estrellas, cuadrúpedos hambrientos de paloma y de espiga, en náusea y en fuga de amargos pobladores oscuros, mineros desertores de la luz insaciable. Cráteres de lluvia. Volcanes de tristeza y de hueso, despojos de pupilas y hechizos desgajados. «Me gustas como una muerte dulce…» Arrebatado. Sido. Aurora y espanto de mí mismo. Viejos valses con calavera de violín en la cintura de capullo con sol ciego de ti. «Pero me iré… debo irme… pues el jardín no es leopardo aún y tu caricia una onda vaga tan sola en los suelos secretos del atardecer…» Canes misteriosos devoran mi perdón. Mi distancia se pierde en las columnas de tu abril jovencito. Cero. Vorágine. Desistimiento. Nueva generación de hormigas dulces cada agosto. Viento y otoños por los puentes romanos derruidos. Golpeo a puñetazos besos de miel y desesperanza en pavesas radiantes de futuras abejas. Veintisiete años agonizantes sonríen largamente a lo lejos. Buceo. Soles y órbitas indagando los cubos del olvido. El misterio. Eso siempre. El misterio a las doce en punto del día y en su centro de asfalto yo impertérrito.
Y para terminar, un tercer poema solamente recitado que me parece de la máxima actualidad en los tiempos que corren. Por supuesto, también de Miguel Labordeta.