
Parapetados sobre la ficción ultratecnológica en la que nos desenvolvemos (que concebida desde una perspectiva de dominio cultural y explotación social, ayuna de neutralidad y en absoluto dispuesta para nuestra evolución personal o social lejos de mejorarnos como individuos y como especie, nos lastra y nos conduce a la involución), miramos al pasado con soberbio y pomposo desdén, considerándonos muy lejos de nuestros ancestros. Pero lo cierto es que vivimos en pleno neolítico.
Nuestra mentalidad es plenamente neolítica y la última vez que se modernizó fue en la Edad del Bronce. Puede parecernos otra cosa, pero estamos lejos de ser modernos y mucho menos avanzados.
Vivimos todavía en el paradigma del crecimiento infinito en esa ideología que la Biblia especifica en el “creced y multiplicaos” y en la idea de que el mundo está hecho para la expansión de la economía humana. Cito a la Biblia en este punto, pero es una idea común, puramente neolítica, extendida por todas las culturas y ámbitos del mundo y que ha permeado a las “modernas” ideologías (liberalismo, marxismo) que no son sino una evolución laicista de la superstición teocrática neolítica con modificaciones de la Edad del Bronce que conforma el paradigma en el que vivimos.
Pero la realidad ha derribado ya esa creencia. Sabemos ahora que el planeta permite tan solo un crecimiento limitado y que es preciso dejar grandes espacios abiertos al desarrollo libre de un medioambiente intacto. Sabemos también que debemos adaptar nuestro crecimiento y nuestro número a los recursos que podamos aprovechar dentro de lo razonable.
Sabemos, además, que el neolítico procede en el fondo de una oportunidad climática que, según todos los indicios, se acaba. Entramos en una nueva era ( diría yo que no mejor) y esa debería ser la principal preocupación de la humanidad. En lugar de eso vemos a los líderes religiosos (a todos sin excepción ) reafirmándose en los dogmas absurdos y ya superados de sus religiones neolíticas con modificaciones de la Edad del Bronce y a los líderes políticos impulsando políticas puramente insertas en el pensamiento neolítico ya periclitado.
Si nos fijamos en las actitudes de Estados Unidos, China y Rusia veremos que las grandes superpotencias, lejos de ocuparse del cambio de era que ya vivimos, siguen ancladas en mentalidades arcaicas (desde el dogma del crecimiento infinito al del domino fáctico) que nos conducen a la destrucción.
El neolítico acaba, las estructuras antiguas ya no nos sirven. Vivimos ante una dicotomía cada vez más acuciante: extinción o salto evolutivo. Desgraciadamente, ninguna de las estructuras políticas, estatales, sociales, religiosas o culturales del momento nos sirven para evitar la extinción y nos lastran a la hora de lanzarnos al necesario y salvador salto evolutivo.
Cada vez somos menos inteligentes y estamos más manipulados, la inercia política de las grandes estructuras estatales, ideológicas, económicas y religiosas nos arrastra sin remedio. Ansío el salto evolutivo, pero dudo mucho que seamos capaces de darlo.
El neolítico se acaba y con él parece que nos acabaremos también nosotros.
Qué se le va a hacer.
© Fernando Busto de la Vega.
Viene tiempos duros y de escasez, pero no por ello imprevistos y aleatorios. Los de siempre ya lo han orquestado y los demás deberemos afrontar el baile. La élite no se acabará, sino que da la impresión de que es un proyecto de reducción poblacional mundial y de reconfiguración geopolítica.
Avanzamos a una nueva época, pero no por ello novedosa. La historia es cíclica.
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