
Hay una certeza y una pregunta que me persiguen desde hace años y que no logro ni resolver ni quitarme de la cabeza.
La certeza es que, efectivamente, tenemos que cambiar el mundo y hacerlo mejor y más habitable si queremos sobrevivir y prosperar. La pregunta, y resulta muy inquietante en todos los sentidos, es por qué los únicos que se empeñan en hacerlo son los zumbados y los imbéciles con las execrables consecuencias que ello conllevaría.
Diría que el siglo XXI es un campo abonado para que la estulticia prospere y se haga oír. Diría también, y asumo mi dosis de conspiranoia, que no se trata de algo casual, sino de un plan bien estructurado para conducirnos a la servidumbre y, por ende, a una era oscura de dominación e ignorancia.
En ese escenario, los inteligentes y sensatos están demasiado ocupados en camuflarse ante el poder, seguir pareciendo modernos y eficientes y sobrevivir pasando los amargos y difíciles tragos sucesivos que la vida nos ofrece con una sonrisa cruel y engañoso rostro de mater psicopática en trance de representar confianza y amor.
A veces me gustaría ser cristiano y milenarista para proclamar a gritos que el Anticristo ha llegado ya y nos domina. Eso, al menos, daría algo de color a este ocaso gris y aburrido en el que se esta convirtiendo el fin del mundo. El mundo se acaba y vamos a morirnos de asco y aburrimiento. El profeta de Patmos nos engañó, no habrá espectáculo en nuestra agonía. ¡Qué triste!
© Fernando Busto de la Vega.