Yo comencé este blog ilusionado con la idea de escribir sobre literatura, arte, cultura en general, etimología y, acaso, con un poco de suerte, ir promocionando mis novelas y publicaciones pasadas y futuras, por desgracia, y citando el famoso poema de José Agustín Goytisolo, la vida nos arrastra como un aullido interminable y estalló la guerra de Ucrania (quién sabe si la Tercera Guerra Mundial) desviando mis buenas intenciones hacia la actualidad y la natural inclinación hacia la acción por la justicia, la paz y el orden.
De modo que, de momento, parezco forzado a elucubrar y opinar sobre lo que sucede y puede suceder en Ucrania o a causa de la invasión rusa, asuntos que también parecen apasionar a mis lectores. A este respecto, quiero añadir hoy una nueva reflexión que no resultará vana.
Desde pequeño fui un apasionado de la Historia. Muchos desdeñan esta disciplina como inútil, pero ello se debe solo o bien a su ignorancia o bien a su afán por manipular el pasado en su propio beneficio necesitando auditorios ignorantes que crean sin crítica ni referencias válidas las mentiras propagandísticas que les cuentan para manipularlos. Pero la utilidad de la Historia como ciencia y disciplina, incluso como complemento de la cultura personal, es precisamente esa: entender el presente y poder predecir escenarios futuros gracias al conocimiento del pasado y encontrar ejemplos paralelos para situaciones actuales.
Es por ello que, basándome en el conocimiento de la Historia cercana, y si estuviera en disposición de hacerlo, le daría al presidente Zelenski el consejo que enuncio en el título de este artículo: cuidado con los corredores de evacuación rusos. Desconfía de los griegos incluso cuando te traigan regalos.
Parece evidente que tanto el presidente Zelenski como su equipo son eficientes, conocen bien su trabajo y las condiciones de la guerra y no les falta patriotismo ni valor, pero en un escenario en el que la capital, Kiev, pueda llegar a estar cercada y, por lo tanto aislada del resto de Ucrania dificultando o impidiendo por completo las labores de comandancia general de la Presidencia, resultará siempre tentador abrirse paso hacia lugares mejor comunicados, desde donde poder dirigir la defensa con mayor eficacia y ahí es donde reside el peligro y entra en juego la Historia.
Hay que recordar en este punto el asalto ruso a Grozni en 2000 y las peripecias de Shamil Basayev y sus hombres intentando huir de la ciudad cercada y desabastecida para continuar una guerra de guerrillas en las montañas. Recordemos que la inteligencia militar rusa, alegando que solo deseaban ya conquistar la ciudad al menor coste posible, les abrió un “corredor secreto de evacuación” para que la abandonaran. Este corredor estaba minado (y de hecho, Basayev perdió una pierna al pisar una mina y hubo otros 200 muertos y un número similar de mutilados en el campo minado de Aljan-kala) y conducía a una emboscada de los Spetsnaz ayudados por misiles, artillería y bombardeos aéreos. Los islamistas chechenos fueron prácticamente aniquilados.
Hasta ahora, según las informaciones llegadas hasta occidente, miembros de la inteligencia rusa han canalizado filtraciones que han permitido al presidente Zelenski librarse de varios intentos de asesinato organizados por spetsnaz, mercenarios de Wagner y chechenos kadyrovtsy. Ello no significa que sean fuentes seguras y que no cambien de orientación en un escenario futuro que fuerce la fuga de Kiev. Ni siquiera podemos descartar que la inteligencia rusa esté desarrollando una elaborada estrategia de engaño para ganarse la confianza del presidente ucraniano y su equipo y poder cazarlos más fácil y espectacularmente después. A fin de cuentas, un presidente asesinado mientras defiende su capital es un mártir y su imagen siempre se elevará incólume contra el invasor, la figura de un presidente muerto mientras huye de su capital se puede manipular fácilmente para inducir al derrotismo de los invadidos.
Desconfíe de sus fuentes rusas, amigo Zelenski, desconfíe…y no pierda de vista las implicaciones propagandísticas de una muerte en combate.
© Fernando Busto de la Vega