Category Archives: literatura

IDENTIDAD, COMPLEJIDAD RELATIVA.

Nos gusta aparecer como seres complejos, llenos de recovecos y singularidades al tiempo que rehuimos nuestra naturaleza contradictoria y tratamos de elaborar y mantener un relato continuista y coherente de nuestro “yo”. Esto último resulta de lo más conveniente para no incurrir o delatar enfermedades mentales que nos conducirían a situaciones vitales poco deseadas.

Sin embargo, y pienso en ello más como escritor que como ser humano, la identidad propia y ajena puede ser muy sencilla y depende en gran medida de la minuciosidad del foco que queramos aplicarle.

En lo tocante a la identidad ajena, las cosas son simples y sencillas. Pensemos en el camarero que nos sirve la caña en la terraza…¿Cuál es su identidad? Para nosotros simplemente es “el camarero”…si frecuentamos esa terraza y hay varios, habrá que afinar más: “el camarero calvo”, “el camarero joven”, “el camarero guapo”, “el camarero torpe”…y, si seguimos frecuentándola, el camarero llegará a tener nombre y a individualizarse cada día un poco más: sabremos si está casado o no, si tiene hijos, si está preparando Notarías…En cualquier caso, la identidad de ese camarero o de cualquier otra persona que nos encontremos puede ser tremendamente esquemática y superficial: el camarero que nos sirve la caña.

Cuando nos referimos a nuestra propia identidad la cosa se vuelve mucho más compleja porque nos miramos mucho más de cerca, manejamos mucha más información y nos damos una importancia desmedida. El egoísmo nos induce al protagonismo y este a un relato novelesco de nosotros mismos. Somos, incluso de puertas adentro, nuestro personaje.

Hace años conocía a una actriz porno que era tímida, dulce y hasta recatada en su vida cotidiana, pero que, desnuda, maquillada y con los orificios abiertos en espera de la recepción de arietes mercenarios ante las cámaras se tornaba otra persona: una puta desvergonzada, lúbrica, salvaje y exhibicionista. Naturalmente, ella era muy consciente de su personaje exterior: la actriz porno, y de su “realidad” cotidiana, la chica de barrio que se habría camino en la vida como bien podía y que mantenía, a pesar de su trabajo, todos los valores y rasgos de personalidad que hacían que su abuela siguiera queriéndola y considerándola “su niña”…En gran medida todos somos conscientes de esta ambivalencia: lo que representamos y lo que somos, o creemos ser.

El ejemplo que pongo, aquella actriz porno, era muy consciente, como digo, de la dualidad de sus caretas: la que se ponía cuando se lo quitaba todo delante de las cámaras y la otra, la que consideraba su verdadero yo…la que constituía su relato, su novela personal, su autoidentificación como ser humano plausible y tolerable. Pero afirmo que en ella, y en todos nosotros, esa autoidentificación es también una careta. Nos disfrazamos ante los demás, pero también ante nosotros mismos. Cuando nos miramos en el espejo somos siempre otros. Y este es un factor clave a tener en cuenta para todo escritor que se precie y pretenda trazar buenos e interesantes personajes, quizá también para los actores o actrices que pretendan encarnarlos. Hay que tener en cuenta lo que los demás piensan del personaje, lo que el personaje piensa de sí mismo y lo que es en realidad.

A este último respecto hay que especificar que si bien tendemos, por pura cordura y necesidad de supervivencia, un hilo conductor de nuestra identidad pretendiendo continuidad y coherencia, en muchos casos nuestra identidad emerge fraccionaria y superficial, como en el caso que citábamos del camarero. ¿Cuántas veces al día somos simplemente el vecino que saluda, el cliente que compra, el operario que hace su trabajo, el padre o el hijo en la versión que creemos más conveniente? ¿Cuántas horas o minutos al cabo del día somos plenamente conscientes de lo que hacemos, decimos y nos preocupamos de mantener a salvo la coherencia identitaria que tanto queremos proteger y alentar? ¿Cuántas veces nos mostramos contradictorios o nos traicionamos a nosotros mismos, es decir: a la novela sobre nosotros mismos que construimos como autoidentificación para soportarnos, establecer un relato coherente y hacernos propaganda ante nosotros mismos? Amigos, somos fragmentos dispersos, un magma hirviente que solo alcanza unidad en el discurso, en el relato que hacemos de nosotros mismos. A veces somos previsibles, pero eso no es un signo de coherencia, sino de tendencia, incluso de circunstancias.

A buen entendedor pocas palabras bastan, y estas entradas no deben ser demasiado prolijas, lo dejo aquí.

© Fernando Busto de la Vega.

LOS TAMBORES, BUÑUEL, SAURA Y YO.

ICÓNICA IMAGEN DE PEPPERMINT FRAPPÉ, PELÍCULA DE CARLOS SAURA ESTRENADA EN 1967 EN LA QUE EL TAMBOR, TOCADO POR GERALDINE CHAPLIN, TIENE GRAN IMPORTANCIA ARGUMENTAL.

Soy aragonés, amigos y, por lo tanto, llevo el estruendo de los tambores en la sangre, en el alma y en la médula de mi creatividad exactamente igual que los también aragoneses Luis Buñuel y Carlos Saura, si bien no acabo de estar seguro de que este último (a fin de cuentas nacido en Huesca, ciudad donde la fiebre de la percusión litúrgica, procesional y telúricamente mágica tiene menos peso y tradición) entendiera y sintiera tan profundamente el tambor y su significado mágico y trascendente como Buñuel (calandino) o yo (zaragozano criado desde la más tierna infancia con los tambores atronando la primavera), y temo que, en última instancia, lo suyo solo fuera un a modo de impostura, de síndrome mimético y transitoriamente superficial o superficialmente transitorio.

LUIS BUÑUEL TOCANDO EL TAMBOR DURANTE LA ROMPIDA DE LA HORA EN CALANDA CON EL ACTOR FERNANDO REY MUY ATENTO A SU EJECUCIÓN.

Los tambores son ruido, pero también vibración. Una vibración que hace temblar el suelo y las vísceras cuando se vive de cerca, un ruido que convierte en dolor el repentino silencio, una experiencia que, vivida en primera persona, a pie de calle, en medio del tumulto y de la madrugada, ejerce un papel iniciático, abismal, profundamente mistérico. Hay un antes y un después para quien lo experimenta, para quien se impregna de ese tronar feroz y a la vez íntimo, de ese ruido exterior que se convierte en vibración visceral primero y espiritual después.

En el Bajo Aragón, comarca que conservó mejor que ninguna otra la pasión de los tambores trasladándola del Corpus a la Semana Santa, conocen bien esa cualidad mágica de los tambores capaces de “romper la hora”, de abrir un umbral que conduce de lo cotidiano a lo trascendente, de quebrar los sellos y permitir la comunicación con lo sagrado. Quien escribe o hace cine desde el influjo mágico de los tambores conocidos en la calle y en la madrugada (o en la mañana o la tarde) habla necesariamente otro idioma. Un lenguaje abismal y profundo que marca las distancias…

GERALDINE CHAPLIN, LA HIJA DE CHARLOT, TOCANDO EL BOMBO EN CALANDA EN UNA ESCENA DE PEPPERMINT FRAPPÉ.

El turismo acecha a esta teofanía popular, pero, afortunadamente (y aunque la protagonista de Peppermint Frappé fuera la hija de Charlot, entonces pareja de Carlos Saura) todavía no hemos padecido ningún anglosajón descerebrado que descubriera el acto mágico y sagrado a sus pares llenándonos las calles de Zaragoza y los pueblos de la Ruta del Tambor de guiris ignorantes y borrachos tratando de sumarse a una tradición que no entienden ni son capaces de respetar. Pertenecer a la España interior y ser poco conocido tiene sus ventajas.

CARLOS SAURA ROMPIENDO LA HORA EN CALANDA.

El tiempo de la caja muda ha concluido. Los tambores vuelven a resonar en la primavera. El misterio ha retornado…los dioses se manifiestan en el ruido y la vibración, yo, como todos los años, me sumiré en dicha teofanía para emerger, el lunes que viene, purificado y sacralizado. Olvidad a Cristo, ignorad los pasos…zambullíos en el abismo ancestral, dejad que os transforme. Luego hablaréis un nuevo idioma que ahora ignoráis. Es la magia última de los tambores.

OTRO ICÓNICO FOTOGRAMA DE PEPPERMINT FRAPPÉ.

Y, para terminar: no confundáis esto de lo que hablo con la superficialidad de las batucadas o el legado africano y nocivo de los tambores llegados a América con los esclavos. Nada tiene que ver.

Desechad también la memez germánica de El Tambor de Hojalata y la pedantería falsamente intelectual de un escritor aficionado a besarse su propio culo como Günter Grass, nosotros no tenemos resabios nazis, culpas innombrables que expiar y sí queremos crecer, de hecho hace tiempo que lo hicimos.

ESCENA DE EL TAMBOR DE HOJALATA, CUYA PEDANTERÍA GERMÁNICA NADA TIENE QUE VER CON EL ABISMO MISTÉRICO Y TELÚRICO DE LOS TAMBORES DE ARAGÓN.

© Fernando Busto de la Vega.

A VUELTAS CON LUCÍA ETXEBARRÍA (ES DECIR: ECHEVARRÍA, ESCRIBAMOS ESPAÑOL CON PROPIEDAD)

Seré sincero: esta señora, Lucía Etxebarría (Echebarría, insisto), nunca ha sido santo de mi devoción, cosa que importa poco porque ella, seguramente, ni me conoce. No obstante se ha convertido en estos días en un ejemplo muy interesante del divorcio entre el mundo editorial dominado por la corrupta e incompetente oligarquía y la literatura independiente y libre. El fenómeno, ya lo hemos dicho otras veces en estas mismas páginas, no es nuevo, se retrotrae como mínimo a la “gauche divine” catalana y las editoriales que dominaron el mundo “cultural” y “literario” entre los años cincuenta y noventa del siglo XX, fenómeno acentuado en este primer cuarto del XXI por la concentración empresarial que ha conducido al sector a un peligroso y empobrecedor oligopolio.

Anda esta señora, después de haber sido elevada a las cumbres de Planeta, autoeditándose los libros (como tantos) para preservar su voz. En una reciente entrevista explica cómo las editoriales trataban de circunscribirla a un “target” concreto del público (y que las editoriales españolas utilicen un término inglés para establecer su estrategia ya debe ponernos en alerta y al borde del repudio) y utilizar su talento ocultando su imagen poco comercial haciéndola trabajar de negro (y créame el lector que algo se de eso) para otros u otras que saldrían radiantes en las solapas y contraportadas, sonriendo y exhibiendo biografías más o menos imaginativas.

También ha explicado en otro lugar que en parte le sucede lo que le sucede por no haberse metido rayas con las personas adecuadas en los momentos adecuados. Y yo añadiré que tampoco ha debido chupar las pollas adecuadas (o comer los coños precisos, que de todo hay en la viña literaria) ni ofrecer debidamente su orificio anal a algunos cortadores de bacalao endiosados y poderosos.

Lucía Etxebarría (Echebarría, insisto) sigue sin ser santo de mi devoción y ella, supongo, seguirá sin conocerme, pero alabo su valor y la traigo como ejemplo a este humilde blog para explicar a los lectores los desafíos y las luchas del literato de hoy si pretende mantener su independencia y su voz. Hoy el combate es contra las grandes editoriales (sin que muchas pequeñas sirvan de ayuda en absoluto). Hoy, el escritor está mediatizado por la oligarquía, su red clientelar y política de contactos y su estrechez de miras tan cercana a la censura…hoy escribir es un acto más revolucionario que nunca.

Aquí seguimos: en pie y hasta el triunfo final. La partida de un escritor no es contra el presente, sino hacia la eternidad.

© Fernando Busto de la Vega.

CASIA DE CONSTANTINOPLA: TEOLOGÍA EN UN CONCURSO DE BELLEZA.

Hemos de situarnos a comienzos del siglo IX. Sí, ya sé que muchos de vosotros pensáis que eso de los concursos de belleza es una rareza surgida con la plenitud del capitalismo yanqui en el siglo XX, pero los concursos de belleza femenina con formatos más o menos similares y siempre adaptados a los tiempos se remontan a la Guerra de Troya. De hecho, no lo olvidemos, mitológicamente esta comenzó a causa de un concurso de belleza entre las diosas Hera, Afrodita y Atenea que dirimió el iluso de Paris Alejandro.

PARIS ( TOCADO CON UN OPTIMISTA GORRO DE INICIADO MISTÉRICO) BUSCÁNDOSE PROBLEMAS AL ELEGIR A AFRODITA COMO LA DIOSA MÁS BELLA. NÓTESE EL DETALLE ANTROPOLÓGICO DE QUE YA EN ESTA ÉPOCA (SIGLO V, D. C.) GUSTABAN EL PUBIS DEPILADO Y LAS MEDIAS HASTA LOS MUSLOS. LAS COSAS NO CAMBIAN TANTO COMO PENSAMOS.

Entre mediados del siglo VIII y mediados del siglo IX el medio habitual de los emperadores bizantinos para elegir esposa era, precisamente, la organización de concursos de belleza.

Naturalmente la cosa no era tan simple. La belleza era una excusa para elegir una consorte apropiada. La época que el imperio atravesaba no resultaba sencilla. Los árabes por el este y el sur y los búlgaros por el norte presionaban las fronteras amenazando seriamente su supervivencia. Además, la situación dinástica era precaria, especialmente después de que la emperatriz Irene cegara, castrara y depusiera a su hijo Constantino VI en 797 creando una situación de ilegalidad que permitió al franco Carlomagno coronarse emperador en occidente, concretamente en Roma en el año 800. Los golpes de Estado y las conjuraciones se sucedían y los emperadores necesitaban a menudo alianzas regionales y familiares que añadir a sus apoyos militares y eclesiásticos para mantenerse en el trono e intentar instaurar una nueva dinastía. Por eso se solían convocar en Constantinopla concursos de jóvenes casaderas entre las que el emperador o su hijo elegían a la más bella, que solía ser, también, miembro de una importante familia que constituyera un apoyo territorial, político, religioso y fáctico del golpista de turno.

En el año 820 el emperador León V, que había llegado al trono mediante un golpe de Estado al traicionar a Miguel I Rangabé en la batalla de Versinikia (813), fue a su vez depuesto por el golpe de Miguel II que hubo de enfrentarse hasta 823 con otro rival: Tomás el Eslavo, apoyado por los árabes del califato de Bagdad, al que acabó derrotando.

Así las cosas, la situación de Miguel II en el trono no podía resultar más precaria y necesitaba rápidamente apoyos, formar un partido que le sostuviese y permitiese establecer una dinastía, de modo que procedió a convocar el ya habitual concurso de belleza para encontrarle una esposa a su hijo y sucesor, Teófilo.

Aunque ahora la época no suscite nuestro interés, y sé que este artículo está condenado a ser muy poco o nada leído, el final del siglo VIII y la primera mitad del IX fue un periodo apasionante parte del cual ya hemos tratado aquí al hablar del golpe del general Toto en Roma y la creación de los Estados Pontificios o la oposición de la shubiya a los árabes y el islam al tratar del poeta Abu Nuwás.

Decíamos que el golpe de la emperatriz Irene permitió el restablecimiento del imperio en occidente aupando a los Carolingios a la más absoluta supremacía y dando inicio a toda una nueva fase de la historia de Europa occidental que no concluyó hasta la coronación imperial de Napoleón a comienzos del siglo XIX y debemos informar al lector sobre la trascendencia del combate entre la iconodulia y la iconoclasia en el imperio bizantino.

Observada superficialmente, la disputa entre iconodulos (partidarios de la adoración de imágenes sagradas) e iconoclastas (enemigos de la misma) puede parecer irrelevante, simple fruto del fanatismo sectario de monjes ortodoxos contra una nobleza y un ejército opuestos a su poder y que les atacaba negando precisamente una de las bazas propagandísticas más importantes de dichos monjes: la posesión en monasterios de afamados y reverenciados iconos; sin embargo, la disputa tiene raíces mucho más profundas. No debemos olvidar que en ese momento el poder del islam, y especialmente del califato abasida de Bagdad, estaba alcanzando su cénit y que, junto con este, y a pesar de la oposición de la que ya hablamos al respecto de Abu Nuwás, se extendía su influencia teológica y cultural de tal modo que la iconoclasia era un caballo de Troya para dicha influencia en Bizancio y anunciaba, quizá, algún tipo de evolución teológica que desbaratase el legado católico de Constantino el Grande conduciendo a una forma de islamización que quizá llegase a allanar el camino de los abasidas al trono imperial, lo que hubiera cambiado radicalmente la historia de Europa y del mundo. No era asunto baladí lo que se jugaba. Pero no voy a aburrir al lector con las idas y venidas de la iconoclasia y la iconodulia a lo largo de prácticamente un siglo. Diremos, simplemente, que Teófilo, el hijo de Miguel II, era rabiosamente iconoclasta y estaba muy influido por la mentalidad islámica desde su infancia. Vivía en Constantinopla, pero no dejaba de mirar a Bagdad.

ÁUREO DEL EMPERADOR TEÓFILO, QUE NOS MUESTRA UN RUDIMENTARIO RETRATO DEL MISMO.

Como ya explicamos, Miguel II había llegado al poder mediante un golpe de Estado en 820 y hubo de defender su trono a lo largo de una dura guerra civil (en la que le apoyaron los entonces poderosos búlgaros mientras los también poderosos abasidas, califas de Bagdad, apoyaban a su rival, Tomás el Eslavo) hasta 823. Estaba muy necesitado de apoyos y para ello precisaba emparentar con la aristocracia de Constantinopla, motivo por el cual convocó el habitual concurso de belleza para elegir a la esposa de su heredero, Teófilo.

Se discute mucho sobre si dichos certámenes estaban amañados y se acordaba previamente su resultado citándose a las demás participantes como un medio de honrar a sus poderosas familias y confirmar su cercanía al trono o si realmente la belleza y la decisión del príncipe jugaban algún papel determinante. Sea como fuere, en el certamen de belleza para elegir a la esposa de Teófilo, las cosas no salieron como se esperaba.

Insisto en que Miguel II necesitaba desesperadamente una alianza con la aristocracia de la capital y, en ese contexto, la candidata elegida parecía ser la poetisa Casia, hija de un poderoso guardia de palacio y cuñada de un general iconoclasta y con gran influencia en el ejército. Además era hermosa, las fuentes no dejan de loar su belleza, culta e inteligente. Solo tenía un defecto: era una iconodula radical a la que en la época del concurso, cuando andaba entre los quince y los veinte años, ya habían azotado públicamente en dos ocasiones por su cerrada defensa de la adoración de los iconos e imágenes sagradas. Y, como sabemos, Teófilo era un iconoclasta radical, de hecho, fue el último emperador iconoclasta. ¿Podía funcionar una unión semejante? En realidad, sí. Si Casia, la ilustre poetisa, hubiera permanecido calladita.

Al principio todo pareció ajustarse al guion preestablecido. Las jóvenes aristócratas se reunieron en Constantinopla para competir por el corazón del príncipe que, como en el mítico juicio de Paris, debía entregar una manzana de oro a la elegida, y Teófilo se dirigió hacia Casia, la hija del poderoso guardia de palacio, la cuñada de un prestigioso general, la descendiente de una noble familia mucho más antigua que la sucesión de golpistas que llevaba décadas accediendo indebidamente al trono…pero Teófilo tenía muy claras sus ideas. Era un iconoclasta ferviente, estaba por hacer virar la herencia de Constantino hacia el faro de Bagdad (y quizá, en cierto grado, de Mahoma). Era, como todos los que vivían influidos por ese canto de sirenas musulmán, crítico con el papel de la Virgen María, a la que los musulmanes no ven como la madre de Dios, sino como una mujer normal y, por supuesto, no la consideran libre de pecado. Más o menos abiertamente, Teófilo, estaba en esa idea. Naturalmente, Casia, iconodula intransigente, la detestaba.

De modo que el joven Teófilo se dirigió, manzana de oro en mano, hacia la poetisa (ya entonces era afamada por sus versos a pesar de su juventud) Casia y le ofreció el premio no sin pronunciar la frase:

—A través de la mujer fluye la maldad.

Que venía a atacar indirectamente a la Virgen y, de paso, acentuar la idea de que la mujer había traído el pecado a la Humanidad a través de Eva justificando así la habitual política musulmana de relegar a la mujer a un segundo plano.

El guion indicaba que Casia debería haberse callado, aceptado la manzana de oro y convertirse en emperatriz…pero a Casia no la habían azotado en vano dos veces por sus ideas y no en vano era una mujer culta y educada que se resistía a no debatir, de modo que le espetó al ya casi emperador:

—Pero a través de una mujer emana lo mejor.

Reivindicando el papel de Cristo como mesías y de la Virgen María como vehículo de la salvación. Es decir: oponiéndose firmemente a la iconoclasia y al perfume islámico que ocultaba.

Ofendido, Teófilo le dio la espalda a Casia, y a su poderosa familia asentada en la corte, y le entregó la manzana de oro a Teodora, perteneciente a una familia noble de Paflagonia, una provinciana, e igualmente hermosa e iconodula que mantuvo la boca cerrada, se casó con él fue emperatriz…y al quedarse viuda en 840, como regente de su pequeño hijo Miguel III, acabó definitivamente con la iconoclasia restaurando la iconodulia.

Casia fundó un convento y continuó su carrera poética alcanzando grandes cotas de fama y respeto y llegando casi a santa. Hoy muchos la han olvidado. Su poesía religiosa ha pasado de moda. Está, sin embargo, entre las mujeres hermosas y sabias de la antigüedad a las que sigo amando a pesar de los siglos transcurridos (Safo, Wallada, Beatriz di Fosco Portinari, María Balteira…y tantas otras).

Quiero acabar esta entrada con una fotografía de la actual Miss Universo, lo ignoro todo sobre ella ¿tendrá opiniones teológicas? ¿Y políticas? ¿Atesorará dotes poéticas o literarias? ¿Habrá fotos de ella desnuda o existirán vídeos de contenido sexual?…Quiero decir: ¿Le hubiera gustado al emperador Teófilo?

© Fernando Busto de la Vega.

UN POCO DE HUMOR RENACENTISTA (SI HABRÁ EN ESTE BALDRÉS)

El puritanismo protestante y evangelista nos está ganando la partida con todo su cortejo de histeria y falta de humor. Esto me aburre y me enfada. Es más: se opone frontalmente a mi forma de ser ( y de pensar y escribir, que es lo fundamental) meridional y romana (y no olvidemos que la civilización es cosa de mediterráneos y levantinos, los germanos fueron siempre, y siguen siendo, bárbaros despreciables que solo encuentran redención cuando se integran y acatan el legado de Grecia y Roma).

De modo que como necesidad moral, cultural y cuasi fisiológica quiero compartir con mis lectores algo de humor salaz y gorrino (con mucha desvergüenza y libertad) del renacimiento español (tan importante o más que el italiano, aunque esta parte también suelan negárnosla los exégetas de la Historia y la Cultura, habitualmente rehenes del sesgo antiespañol emanado de la Contrarreforma y todavía persistente) evocando una festiva composición de Juan del Encina que aparece en el Cancionero de Palacio, recopilación de los “hits” que se cantaban e interpretaban en la corte de los Reyes Católicos allá por el descubrimiento de América, la conquista de Granada y los primeros años del siglo XVI.

La canción, denominémosla así para mejor comprensión, se titula Si Habrá En Este Baldrés y cuenta que tres mozas se afanaban por masturbar a un tipo afortunado que, a pesar de sus respetables dimensiones fálicas, no ofrecía materia suficiente para tantas manos de modo que una de las chicas acabó teniendo que buscarse otra pija, otro carajo para despellejarlo…romántico y triste a un tiempo.

Y, ya de paso, recomiendo estas otras joyas eróticas del medievo español y un repaso a la Lozana Andaluza.

© Fernando Busto de la Vega.