La anécdota es ya muy conocida, casi manida. Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán fueron amantes durante algún tiempo y, como siempre ocurre en estos casos, acabaron odiándose cordialmente (a veces el odio es a muerte, pero lo bueno de las amantes es que uno se libra de ellas con facilidad, no son como las esposas, que le sangran a uno en los tribunales o le denuncian falsamente por violencia machista). Ya seniles, se cruzaron en unas escaleras y la señora, muy poco agradable, como todas las ex, saludó a Don Benito espetándole:
—Adiós, viejo chocho.
A lo que él, picado y veloz, respondió:
—Adios, chocho viejo.
En estos días en los que el feminismo radical anda levantando santas laicas para reforzar sus manejos institucionales y justificar tanto sus chiringuitos como la imposición de su enfermiza ideología a través de leyes injustas e ilegítimas, tratan de vendernos a Emilia Pardo Bazán como la quintaesencia de la contribución femenina a la literatura y la cultura, como ejemplo insigne de “mujer liberada” (que por alguna razón siempre ha venido a significar promiscua y de escasas prendas morales) y feminista inquebrantable.
Pero literariamente hemos de ser sinceros. Emilia Pardo Bazán, que tiene una obra estimable, pero no puntera, es hoy poco más que un chocho viejo, rancio y sin interés. La propaganda política es una cosa, la verdad literaria otra muy distinta.
Ya sabemos que, siguiendo la estela de los usos comunistas, las feministas andan levantando ídolos culturales y artísticos con los pies de barro con la intención de aprovecharse de su prestigio prefabricado para presentarse como una vanguardia cultural. Así que ahora no dejan de aparecer y ser reivindicadas escritoras, pintoras, artistas de toda laya en su mayor parte mediocres y de poco calado que nos venden como mártires olvidadas a causa de un machismo represor…la pregunta a este respecto es ¿alguien ha olvidado a Safo o a Wallada? no, porque eran grandes.
Yo, aquí, no voy a entrar en mayores discusiones sobre el asunto. Solo diré que se pongan como se pongan las propagandistas feministas y su alobada caterva de seguidoras, EMILIA PARDO BAZÁN ES UN CHOCHO VIEJO. UN PETARDO Y UNA PETARDA. Una secundaria estimable, pero olvidable. Además de gorda (ella misma en sus cartas amenazaba con aplastar a Don Benito, el señor, no el pueblo, y confesaba que tenía miedo de despachurrarlo con uno de sus abrazos) y bizca.
¡Ah, y no debemos olvidar a este respecto una pequeña argucia editorial! Las obras de esta autora ya han pasado al dominio público, luego publicarla y promocionarla solo genera beneficios para quienes lo hagan, se acabó el porcentaje para la familia. Eso también pesa lo suyo. ¡Ay, esos editores pillines!
La imagen mayoritaria que suele tenerse sobre la Edad Media, especialmente en lo que a España respecta, está llena de lugares comunes y clichés estereotipados que nada tienen que ver con la realidad o, al menos, solo presentan una parte de la misma. Solo vemos guerras, plagas, clérigos, hambre e ignorancia, pero la gente de esa época, aparte de legarnos un corpus cultural amplísimo y de la mayor importancia, especialmente en España que, junto con Italia, se constituyó en los cimientos del Renacimiento, también se divertía, amaba y gozaba y, a veces, con más libertad que nosotros mismos. La actual es una época pacata y triste, la Edad Media era, en cambio, un periodo más natural y menos afectado por el puritanismo y, por lo tanto, más feliz y creativo. La Edad Media condujo al Renacimiento, la actual nos lleva (independientemente de pandemias y guerras) a una nueva Era Oscura, la civilización se diluye en medio de las mareas de estulticia progre y de integrismo liberal-capitalista. Es así. Cada día que pasa nos acercamos un poco más a la barbarie.
2.-ROMANCE DE LA GENTIL DAMA Y EL RÚSTICO PASTOR.
El conservadurismo de estos días puritanos y estúpidos modelados por el protestantismo germánico en todas sus vertientes (incluyendo el progresismo o lo que se disfraza de tal para perpetuar valores puritanos y pueriles) es muy probable que se muestre de acuerdo con la actitud del protagonista de este romance, un rústico pastor casado y con hijos que, atareado con el cuidado de su ganado rechaza los ofrecimientos sexuales de una gentil dama que pasea aburrida y descalza por el vergel al que se dirige a la hora de comer. Y eso que la muchacha es hermosa, ella misma se describe en el romance:
“hermosuras de mi cuerpo yo te las hiciera ver: delgadita en la cintura, blanca soy como el papel; la color tengo mezclada; como rosa en el rosel; las teticas agudicas, que el brial quieren romper; el cuello tengo de garza los ojos de un esparver; pues lo que tengo encubierto maravilla es de lo ver.“
A lo que el pastor responde:
– Ni aunque más tengáis, señora, no me puedo detener.
Cierto: un hombre fiel e industrioso…también un imbécil. En conjunto el primer romance de la historia en merecer ser puesto por escrito, una joya erótica del medievo español.
Hace años le escribí un poema de amor a esta cordobesa nacida a finales del siglo X y que a comienzos del XI, en plena disolución del califato a cuya dinastía pertenecía, era una Omeya, hija del califa Muhamad II, y sigo enamorado de ella (como de Safo). Y no es para menos. Alta, de buen talle y bonita figura, pelirroja, ojos azules…hoy hubiera sido una influencer de fama mundial. Entonces, al modo de la época, también lo fue. A los diecisiete años, huérfana y millonaria, abrió su casa a la poesía y el amor (los dos únicos pecados tolerables a mi modo de ver) y vivió una época de gloria, en la que demostró además su cultura, su inteligencia y su educación (lo que la invalidaría hoy como influencer) antes de desdibujarse en la madurez dentro del harem de Ibn Zaydún.
La bella y altiva poetisa (escribió: ” yo, ¡por Dios!, merezco la grandeza y sigo orgullosa mi camino!”) tenía todas las virtudes y todos los defectos de las mujeres inolvidables, incluso el de ser malvada y deslenguada, faceta en la que nos dejó algunas pequeñas joyas eróticas (y muy malintencionadas) del medievo español tales como el poema:
Enhorabuena, al-Asbahī, por los beneficios
que has recibido del Señor del Trono, del Benefactor;
has conseguido con el culo de tu hijo
lo que no consiguiera
con el coño de Būrān su padre al-Hasan.
O bien (y dirigiendo el poema a su amante principal con el que acabaría casándose después de una juventud disoluta, como debe ser la de las mujeres hermosas y los hombres de genio):
A pesar de sus méritos, Ibn Zaydum ama
las vergas que se guardan en los calzones;
si hubiera visto la polla en las palmeras,
se habría convertido en pájaro ababil.
Por supuesto hay algunas otras joyas, incluso más románticas y canónicas, de Wallada, pero dejo al lector el placer de descubrirlas por sí mismo si es que no las conoce ya.
La labor cultural de este rey castellano es bien conocida y no voy a perder tiempo aquí rememorándola. Su faceta política es, sin embargo, cuestionable, pero tampoco nos ocupará en estas páginas. Nos ceñiremos a su actividad poética en el campo de las cantigas galaico-portuguesas (que también forman parte del medievo español) y, especialmente, de alguna humorística y hoy totalmente incorrecta políticamente bajo el totalitarismo tiquismiquis, acomplejado y malhumorado del feminazismo dominante.
El buen rey se permitía expresar sus gustos en cuanto a las mujeres y decía bien claro (aunque en el gallego del siglo XIII) que no deseaba en su alcoba jóvenes feas, mal educadas (que se pediesen en su puerta o hiciesen algo peor), ni peludas. Debo decir que yo coincido al cien por cien con él. Nos hubiéramos llevado bien este Alfonso y yo.
Para aliviar la larga lectura que ya llevas a cuestas, lector amigo, he decidido darte esta píldora en formato audiovisual avisándote de que la letra, después de una larga introducción musical, comienza en el minuto y cincuenta segundos.
5.- DOS JOYAS DEL ROMANCERO
De estas dos joyas del romancero español, la primera, llena de encanto, vuelve a transitar por la incorrección política (una menor engañada y violada), pero es digna de conocerse, dice así:
Yo me era mora Moraima,
morilla de un bel catar,
cristiano vino a mi puerta,
cuitada, por me engañar;
hablóme en algarabía,
como aquel que bien la sabe:
-Ábreme las puertas, mora,
así Alá te guarde del mal.
-¿Cómo te abriré, mezquina,
que no sé quién te serás?
-Yo soy el moro Mazote,
que un cristiano dejo muerto,
tras mí venía el alcalde.
Si no me abres tú, mi vida,
aquí me verás matar.
Cuando esto oí, cuitada,
comencéme a levantar,
vistiérame una almejía
no hallando mi brial,
fuérame para la puerta
y abríla de par en par.
No es preciso decir más. Como es posible que el lector no esté muy instruido en los ropajes y costumbres de la época, la situación viene a ser esta: el cristiano llega ante la puerta de la morilla de madrugada, fingiendo huir de la justicia (en esa época un alcalde era más un juez que un edil) y la convence para que le de asilo. Ella, que está en la cama y, por ende, desnuda, busca en la oscuridad su ropa y, no encontrándola, se cubre con un manto pequeño que cumple muy escasamente su función, lo demás ya se lo imagina el lector.
Y, frente a la inocencia de la mora Moraima, será bien recordar el descaro de la infanta Urraca Fernández cuando corre al lecho de muerte de su padre el rey para recriminarle que no le deje herencia. Hay que recordar que esta Urraca, pieza fundamental de la historia del Cid, mantuvo un ardiente romance incestuoso con su hermano el rey Alfonso VI, diez años más joven que ella y al que sedujo cuando era todavía un adolescente, prácticamente un niño. El romance expresa así el enojo de la infanta doña Urraca:
—Morir vos queredes, padre, ¡San Miguel vos haya el alma! Mandastes las vuestra tierras a quien se vos antojara: diste a don Sancho a Castilla, Castilla la bien nombrada, a don Alfonso a León con Asturias y Sanabria, a don García a Galicia con Portugal la preciada, ¡y a mí, porque soy mujer, dejáisme desheredada! Irme he yo de tierra en tierra como una mujer errada; mi lindo cuerpo daría a quien bien se me antojara, a los moros por dinero y a los cristianos de gracia; de lo que ganar pudiere, haré bien por vuestra alma. Allí preguntara el rey: —¿Quién es esa que así habla?
Respondiera el arzobispo: —Vuestra hija doña Urraca. —Calledes, hija, calledes, no digades tal palabra, que mujer que tal decía merecía ser quemada. Allá en tierra leonesa un rincón se me olvidaba, Zamora tiene por nombre, Zamora la bien cercada, de un lado la cerca el Duero, del otro peña tajada. ¡Quien vos la quitare, hija, la mi maldición le caiga! Todos dicen: “Amen, amen”, sino don Sancho que calla.
FINAL
Las citadas son solo pequeñas muestras de un conjunto amplio y en exceso desconocido por el gran público. Volveremos sobre el tema más adelante y con mayor detenimiento en obras concretas.