Asistimos estos días a como Rusia está atacando Kiev y otros objetivos en Ucrania con drones iraníes. Drones baratos, relativamente pequeños y que funcionan como enjambres. Si no nos hemos molestado en estudiar la teoría militar occidental en los últimos meses, puede que esto no nos diga nada.
No obstante, como ya explicábamos en estas mismas páginas a finales de julio(y aquí) de este año, la doctrina militar yanqui estaba empezando a teorizar muy sesudamente sobre ese tipo de guerra. ¿Qué nos dice esto? Nos habla muy a las claras del retraso militar de los Estados Unidos. Un retraso que viene a sumarse a otros de tipo social (su ideología y estructura económica han quedado básicamente obsoletas y anticuadas) o tecnológico (carecen todavía de trenes de alta velocidad, por ejemplo).
Una de las grandes sorpresas de la guerra de Ucrania ha sido ver fracasar a la maquinaria militar rusa. Sobre eso nos han informado hasta la saciedad. Lo que nos ocultan es el modo en que Irán y otras potencias han superado las tácticas y la doctrina militar de los Estados Unidos (y, por lo tanto, de la OTAN) y el riesgo cierto de ver fracasar a la maquinaria militar occidental si se ve forzada a entrar en combate. Tengámoslo en cuenta de cara al futuro.
Primero fue la inmundicia de declarar el glorioso día de la Hispanidad, el 12 de octubre, fecha en la que comenzó la civilización del continente americano por parte de España, como día de los pueblos indígenas, lo que viene a exaltar, por ejemplo, los sacrificios humanos de aztecas o incas y a olvidar a pueblos como las tlaxcaltecas que se beneficiaron de la llegada de los españoles y sirvieron estrechamente a su lado, y a ningunear la inmensa obra civilizatoria de España en todo el mundo, también en América ( sin ir más lejos, fundamos la primera universidad de América en 1551) perpetuando la infame falsedad de la Leyenda Negra, inventada por protestantes y masones para justificar sus actos de piratería y de desconocimiento de la verdadera y legítima autoridad de Roma, encarnada, hasta nuestros días, en España.
Es, además, muestra de ingratitud puesto, que, sin la intervención de España, los Estados Unidos jamás hubieran podido independizarse de Inglaterra. Sin España, no habrían existido.
Después viene celebrar el Día de Colón y elogiar la inmigración italiana olvidando la enorme aportación de España (y de los hispanos, claro que estos siguen soportando que les apliquen el remoquete de latinos) en Estados Unidos.
Y nosotros seguimos en la OTAN, que no protege la integridad de nuestro territorio (no olvidemos Ceuta y Melilla y las demás plazas y peñones de soberanía en África) ni nos permite el mando sobre el estrecho y las Canarias que legítimamente nos corresponde.
Pretenden ahora, en esa tesitura, conducirnos a la guerra para mantener el imperialismo yanqui en el mundo. Yo no soy fan de Putin, pero me niego en redondo a desperdiciar sangre y recursos españoles a las órdenes de los Estados Unidos que desde hace más de un siglo han demostrado su ingratitud y su enemistad a España.
NEUTRALIDAD, YA. ABANDONEMOS LA OTAN, HOY.
En cuanto a vosotros, peleles latinos que compráis el discurso del indigenismo y del odio a España que perpetúa vuestra condición de ciudadanos de segunda en los Estados Unidos y justifica vuestra marginación ¿cuándo entraréis en razón? ¿Cuándo comprenderéis que la herencia hispana os ennoblece y os convierte en un pueblo superior al margen de vuestra realidad genética? La Hispanidad, que se celebra hoy, el 12 de octubre, con su epicentro en Zaragoza, España, os hace grandes y libres, el indigenismo y el odio a España, ciudadanos de segunda. ¡Despertad de una vez!
Banderas hispano-americanas en una de las columnas de la Basílica del Pilar en Zaragoza (España), centro de la Hispanidad. Todas las banderas de los países hispano-americanos se muestran en diversas columnas como símbolo de unidad y grandeza.
No seré yo quien tire la primera piedra contra los juerguistas ni contra las mujeres jóvenes y follables a las que les gusta divertirse, beber y salir de noche.
No cometeré tampoco la estupidez de no darme por enterado de que hay señores importantísimos, de grandes responsabilidades políticas, que, privadamente, organizan fiestas mucho menos dignas e inocentes que esa en la que pillaron a la primera ministra finlandesa.
No son razones de índole puritano o hipócrita las que me llevan a afirmar que debe dimitir. Personalmente, aunque participase en dos multitudinarias orgías semanales con sexo y drogas, no la juzgaría duramente por ello.
El problema es otro y de índole mucho más profunda: táctica y filosófica.
Ha demostrado Sanna Marin que no comprende la gravedad del momento histórico que le ha tocado vivir y la vulnerabilidad de un cargo político, ejecutivo y electivo como el suyo. Este es el aspecto táctico del asunto. No está a la altura de las circunstancias y eso puede resultar perjudicial para Finlandia y para todos sus aliados, que ahora somos, entre otros, toda la Unión Europea y toda la OTAN. Nos ha fallado a todos y nos ha demostrado a todos su irresponsabilidad. Debe, sin duda, dimitir.
El aspecto filosófico es todavía más hiriente y preocupante. Como buena socialdemócrata del momento, imbuida de la ideología feminista y de género imperante en el progresismo en estos días, disocia libertad y responsabilidad. Piensa, como prescribe esa ideología dominante (y enseña en los institutos, las universidades y desde las instituciones: solo hay que ver el monterismo que impera en España) que por el mero hecho de ser una mujer joven puede hacer lo que le de la gana sin responsabilizarse de las consecuencias de sus actos. Si existen consecuencias negativas nunca será culpa suya sino de los otros, del heteropatriarcado, de los “fachas”, de la mala suerte…de cualquiera, menos de ella. Y esta es una filosofía nefasta y peligrosa. No pueden dejarse los asuntos importantes en manos de incompetentes irresponsables que no aceptan el sacrificio propio de su posición y del trabajo que deben hacer en favor de su patria y defienden a ultranza su condición de entes sin responsabilidad moral, ética, social o política instalándose en un hedonismo peterpanesco propio de una adolescencia inacabada.
Si quieres ser libre, debes aceptar la responsabilidad de tus actos, ser responsable. Si quieres acceder a cargos importantes debes estar dispuesto a aceptar los sacrificios que conllevan. Lo contrario es una clara prueba de estupidez e inmadurez.
Por eso debe dimitir Sanna Marin, por eso mismo debemos eliminar del panorama político, laboral y empresarial a todas las Sanna Marin que padecemos.
Lo dijo Kissinger: “Una España fuerte, es peligrosa”. Y todo el futuro diseñado por los Estados Unidos para nuestro país estuvo dirigido desde el llamado Contubernio de Munich en 1962, a dinamitar España convirtiéndola en un estado fallido de obsolescencia programada.
Suena a conspiranoia barata, pero en 1951 la OTAN fundó el Comité Clandestino de Planificación que manejó secretamente los destinos de Europa, y, por consiguiente, de España, hasta acaso nuestros días. Nada se escapa a su diseño secreto y, desde luego, la consigna principal en lo que respecta a España es que jamás sea un país fuerte, por eso el régimen de 1978 se diseñó para autodestruirse y lleva camino de hacerlo.
Bien: en esa tarea las neolenguas que nos han ido introduciendo desde las instituciones y la prensa, imponiéndolas artificialmente sobre la sociedad, resultan uno de los instrumentos más efectivos y peligrosos para la conversión (ya próxima) de España en un estado fallido.
Para aquellos que no lo recuerden o jamás llegasen a aprenderlo, diré que el concepto de neolengua aparece en la novela 1984 que George Orwell publicó en 1949 como crítica de los regímenes totalitarios.
En esta novela la neolengua, implementada por el Ministerio de la Verdad, tenía como función dominar el pensamiento de los miembros del partido único y de la sociedad haciendo inviables otras formas de pensamiento y disidencia, que se consideraban crímenes.
En estos días, el régimen de 1978 que padecemos, nos ha impuesto dos neolenguas cuya función es precisamente esa: la de trazar la ortodoxia, dibujar una supuesta realidad en todo opuesta a la verdad, e impedir la disidencia, que se convierte, a través de los delitos llamados de odio (que penalizan la disidencia de pensamiento y obra) en delito y otorgan una supuesta superioridad moral y una legitimidad indiscutible al poder totalitario que nos conduce, paso a paso, a la condición de estado fallido.
La primera neolengua es de naturaleza geográfico-étnica y viene a poner en cuestión la realidad, unidad, viabilidad y legitimidad de España como nación, como pueblo único y como concepto, trabajando, por lo tanto, para su disgregación territorial seguramente acompañada de enfrentamientos civiles.
El modelo que impuso el régimen de 1978 tendía al federalismo de corte alemán por diversos motivos: porque venía a retomar una vieja (y peligrosa, en la guerra cantonal de 1873 los federalistas pretendieron convertir Cartagena en una estado de los Estados Unidos y solo la rápida conquista del cantón por las tropas unionistas logró impedirlo) corriente federalista del republicanismo y regionalista de la derecha católica (que se estructuró en la CEDA), porque para alejar a los catalanistas de la URRS (con la que ya se habían aliado desde los años veinte) y contentar a los vasquistas que trabajaban para la CIA desde los cuarenta los diseñadores estadounidenses les atrajeron con promesas de autonomía e independencia y porque la Fundación Friederich Ebert, gestionada por el SPD alemán y el sindicato IG-Metall, sostenía y dirigía al PSOE que, con el tiempo, además de regalarle SEAT a Volkswagen, hasta copiaría los uniformes de la policía alemana. Y, en conjunto, esta estructura federal, como ya había demostrado la historia de España, conducía tarde o temprano a la disgregación territorial.
Pues bien, con la excusa de ese modelo autonomista-regionalista-federalista que nunca acabó de definirse en ninguna de sus vertientes (lo que ya de por sí convierte al régimen de 1978 en un fracaso) vino a imponerse la neolengua geográfico-étnica.
Se decía que era para integrar las otras lenguas del Estado español y normalizarlas, pero en realidad se pretendía sembrar la división y debilitar los lazos de unión estimulando una neolengua que atentaba contra el legítimo y necesario monopolio del castellano como lengua vertebradora de la unión nacional y del pueblo. Fue así como las provincias, regiones y localidades pasaron a denominarse en jerigonzas territoriales proclamando que las distintas zonas eran realidades políticas y culturales diferentes, lo que conculcaba la noción de unidad. Luego, esa misma política se extendió a los nombres personales y a la educación hasta el punto de que hoy en día parece casi imposible que los alumnos españoles aprendan en español en muchas zonas de la nación y que los ciudadanos lleven a cabo sus gestiones públicas en la lengua nacional, el español, que es la única que vertebra y garantiza la unidad de España siendo todos los demás dialectos, aparte de inventados y artificiales, puramente disolventes y debilitadores del pueblo, la nación y el Estado que son únicos y deben seguir siéndolo.
Esa es la primera neolengua que el ilegítimo régimen de 1978 impuso en España.
La segunda, igualmente dañina y peligrosa, se está imponiendo en nuestros días. Es esa inmensa estupidez (salvo por sus mefistofélicos efectos disolventes) del lenguaje inclusivo.
En este caso la idea es hacer pasar por normales cosas que no lo son y forjar formas de pensar que proscriban el pensamiento crítico y la disidencia. Curiosamente, y es asunto notable y elocuente, todas las cosas que tratan de imponernos como “normales” y “buenas” tienen como función última atentar contra la viabilidad demográfica, y por lo tanto genética, del pueblo español y la sustitución de los españoles no nacidos por miembros de otras etnias que, en la práctica, lanzan al vertedero de la historia las cualidades y virtudes genéticas y culturales que hicieron de España una potencia civilizadora, llevándola a la aniquilación.
En este punto, además, incorporan otro concepto orwelliano: el facecrime, el “caracrimen”, es decir: un código de comportamiento físico determinado que contribuye a imponer el pensamiento viciado a través del comportamiento social. En la novela un ejemplo de facecrime era dejar asomar una expresión de escepticismo cuando el Partido hablaba de un triunfo o un logro. En nuestro contexto concreto el facecrime abarca desde lo que denominan micromachismos hasta el concepto de supuesto racismo institucional pasando por toda la panoplia de los llamados “delitos de odio” que solo son una forma de penalizar la disidencia e imposibilitar la reacción de la parte sana de la sociedad para evitar la conversión de España en estado fallido.
El totalitarismo nos subyuga a través de las neolenguas y de las leyes impuestas por un régimen ilegítimo y destinado a la autodestrucción…vuelvo aquí a recordar a Francisco de Vitoria.
No debemos engañarnos, Suecia, desde su mismo origen, ha sido un estado imperialista y con ansias de dominio mundial. De hecho, su tan cacareada neutralidad y su rechazo a entrar en la OTAN durante décadas respondía más un intento de buscar notoriedad por cauces no subordinados a los Estados Unidos y la Unión Europea que a su posicionamiento ideológico puramente propagandístico.
No es este lugar para hacer un detallado recorrido por la historia sueca. Para ilustrar su pulsión expansionista e imperialista bastará señalar algunos hitos, por ejemplo: cómo el naciente reino surgido en el centro de lo que hoy consideramos Suecia sometió a las tribus gautas del sur y de las grandes islas circundantes en el siglo X, cómo sus hombres descendieron por los grandes ríos rusos engendrando nuevos estados que acabarían dando origen a Rusia, como sometieron Finlandia (que estuvo en manos suecas entre 1154 y 1808) y Noruega (unida a Suecia entre 1814 y 1905), cómo sometieron Estonia y Letonia, que estuvieron gobernadas por Suecia entre 1561 y 1721, cómo se inmiscuyeron en el reino de Polonia-Lituania entronizando una rama segundona de la Casa de Vasa que reinó en esa enorme porción de territorio entre 1589 y 1668, cómo participaron en la guerra de los Treinta Años generando el llamado Periodo Sueco (1630-1635) intentando imponer su poder sobre Alemania, siendo frenados por los españoles en la batalla de Nördlingen (1634) a pesar de lo cual dominaron parte de Pomerania y otras zonas de Alemania hasta 1815, como arrebataron la provincia de Escania, que todavía poseen, a Dinamarca en 1658 , es preciso citar también la invasión de Rusia por Carlos XII de Suecia en 1708, que acabó con su derrota en la batalla de Poltava…
No hay que olvidar tampoco los establecimientos suecos en África, donde dominaron la llamada Costa de Oro sueca, en la actual Ghana (1650-1663), ni su intento de establecerse en América del Norte, donde fundaron Nueva Suecia en 1638, en la actual zona de Delaware, territorio que en 1655 les arrebataron los holandeses…
Como vemos, la pulsión imperialista sueca cursó con fuerza y se resolvió en un enorme fracaso a lo largo del siglo XVII (en gran parte debido a su enfrentamiento con España), rematado con la derrota de Carlos XII en Poltava ante Rusia, ante la que acabó perdiendo también Estonia , Letonia (1721) y Finlandia (1808). El enfrentamiento entre Rusia y Suecia viene de antiguo.
Sea como fuere, a comienzos del siglo XIX quedaba perfectamente claro que Suecia no estaba llamada a ser una de las grandes potencias mundiales. La pérdida de Finlandia produjo en el seno del país diferentes movimientos y golpes de Estado e impulsaron al parlamento a buscar la protección de Napoleón, entonces en auge, eligiendo como heredero al trono a uno de sus generales: Jean Baptiste Bernadotte, que reinaría como Carlos XIV…y también en esto fracasó Suecia, porque cuando Carlos XIV Juan heredó el trono en 1818, el poder de Napoleón se había esfumado e Inglaterra, Austria y Rusia emergían como grandes potencias dominantes.
Ello condujo a un siglo y medio de estancamiento en el que la pobreza y la emigración a los Estados Unidos, así como el atraso en todos los campos y la marginalidad dentro del escenario político mundial, convirtieron a Suecia en un país secundario y sin proyección. Fue esa debilidad política y económica la que mantuvo a Suecia neutral en ambas guerras mundiales a pesar de las simpatías proalemanas de las instituciones y gran parte de sus ciudadanos que, sobre todo en la segunda, contrapesó el largo gobierno socialdemócrata (1936-1976).
El asunto del gobierno socialdemócrata y la colaboración con la Alemania nazi de Suecia es complejo y vidrioso. Simplificando mucho, podemos decir que el fracaso de los partidos conservadores en la gestión económica a lo largo del último cuarto del siglo XIX y de los primeros compases del XX asociado a un proceso de industrialización tardío que los socialdemócratas aseguraron como pacífico y estable, llevó al pueblo, beneficiado por las políticas sociales de estos, a mantenerles en el gobierno, lo que en modo alguno alteraba las simpatías suecas hacia Alemania y su expansión, a la que se ayudó mediante exportaciones de materias primas que enriquecieron a los empresarios y sostuvieron los servicios sociales a las clases medias y obreras, lo que situaba a Suecia en una posición complicada y equívoca que, en cualquier caso, supo hacerse perdonar por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial a partir de 1945, después de todo, Estados Unidos estaba promocionando regímenes parlamentarios de índole liberal en el que democratacristianos, liberales y socialdemócratas se alternasen en el gobierno manteniendo a otros elementos fuera del poder y buscando aliados contra la URSS, que no en vano era el tradicional enemigo de Suecia.
De nuevo, y por vía bastarda, en el bando de los vencedores después de casi siglo y medio (1814-1945) Suecia decidió aprovechar la coyuntura y el “mirage”, el espejismo hipócrita de su régimen socialdemócrata para volver a erigirse en una potencia mundial o, al menos, ganar peso político internacional, y lo hizo de una forma artera, muy propia del fariseísmo protestante y de la retórica socialdemócrata: situándose artificialmente en un plano moral superior y pretendiendo defender grandes principios generales en los que escondía sus verdaderos intereses imperialistas. En resumen: Suecia utilizó a la ONU para salir del ostracismo y volver a tener un papel de peso en el mundo.
Esto se vio muy claramente en su papel predominante en la formación de los Cascos Azules (que nos venden como fuerzas de paz, pero son medios de imposición de intereses económicos y nacionales determinados sobre escenarios precisos) y en su lamentable intervención, bajo el paraguas de la ONU en el Congo (1960-1964) donde volvió a fracasar militarmente y perdió a un secretario general de la organización, Dag Hammarskjold, obligando finalmente a la intervención de mercenarios europeos para poner a salvo a los ciudadanos blancos que los sublevados congoleños apoyados por la Unión Soviética, China y Cuba (el propio Che Guevara estuvo en el escenario) sometían a un salvaje genocidio que nunca se denominó como tal porque las víctimas eran blancos de origen europeo y religión mayoritariamente católica. El racismo solo se identifica en determinadas situaciones y porque conviene a ciertos intereses, pero se obvia cuando los afectados por el mismo son los blancos, especialmente si son europeos y católicos. Pero hay que decirlo alto y claro: no denominar genocidio a lo padecido por los blancos en el Congo en la década de los sesenta es puro y simple racismo.
Pero volvamos a Suecia.
A pesar del nuevo fracaso imperialista, de la incapacidad para desarrollar la versión maximalista de sus ambiciones, Suecia continuó amparándose en la ONU y en su propaganda de defensa de los derechos humanos y la promoción internacional de un “progresismo” hipócrita y capitalista que, a través de la socialdemocracia, ha calado en la izquierda hasta pudrirla y desdibujarla engendrando el enfermizo, indeseable y totalitario “wokismo” actual ,para seguir implementando su programa intervencionista en el Tercer Mundo con el fin de convertirse en una potencia internacional aunque sea de segunda división.
En gran medida, la propaganda socialdemócrata sueca (que ha impregnado también a otros partidos que se alternan con ella en el poder) no es sino la venta del “mirage”, del espejismo, sueco y funciona a las mil maravillas mostrando una realidad inexistente e inspirando un voluntarismo ideológico que no deja de enmascarar el puritanismo protestante, los intereses económicos de las élites empresariales suecas y las ansias imperialistas de los modernos varegos con piel de cordero. Una mentira decadente que engendra decadencia y que tuvo durante décadas, y en cierto modo sigue teniendo, la virtud de minar las posiciones del tradicional enemigo ruso. La socialdemocracia socavó el comunismo mientras existió la URSS y actualmente, a través del “wokismo de aparente baja intensidad”, contradice los posicionamientos conservadores de la nueva Rusia putinesca.
Pero Suecia no deja de ser un nación imperialista e intervencionista que, asustada, busca ahora el redil al que siempre se opuso (la OTAN) y se encuentra, a la hora de integrarse en él, los problemas que su intervencionismo imperialista ha creado. Erdogan, el presidente turco, ya se ha opuesto a la entrada de Suecia en la OTAN a causa de la parcialidad de esta nación en la causa kurda que, en la práctica, tiene como objetivo único minar y quebrantar la unidad territorial turca, siria e iraquí permitiendo que Suecia, amparándose en el camuflaje de los derechos humanos, de los derechos de los pueblos y de la ONU pase de no pintar nada en Oriente Medio a convertirse en una potencia media con mucho que decir y mandar siempre desde la hipocresía que caracteriza su política interior y exterior, la piel de cordero que disimula su condición de lobo.
Este es el primer problema que el cambio aparente de rumbo de Suecia (que volverá a su camino individual y egoísta en cuanto pase el peligro) se encuentra públicamente en este intempestivo viraje. Habrá otros muchos, acaso menos públicos y acaso más adelante. Pero hoy por hoy Suecia representa un problema para la OTAN, para la comunidad internacional y para sí misma. Es preciso que abandonemos el espejismo de país exitoso que tan bien saben vender y asumamos su condición de entidad tóxica tanto internacional como nacionalmente.
Diversas fotos de mendigos en Suecia procedentes de una noticia en la que se da cuenta de que los ayuntamientos suecos van a cobrar a los mendigos por pedir en la calle. imagen de los disturbios en Estocolmo que los medios, especialmente españoles, prefieren silenciar para mantener el mirage sueco y sustentar la imposición de su ideología en España.