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LA INCONGRUENCIA TURCA (Y EL PROBLEMA IRRESOLUBLE QUE ACARREA)

Cuando Mehmet II conquistó Constantinopla en 1453 asumió el título de Qayser-i-Rum, es decir: Emperador de Roma. Naturalmente, nadie, salvo sus súbditos, le reconoció como tal.

Desde el siglo XV los turcos están empeñados en ser aceptados como parte integrante de Europa e incorporados en la familia continental, pero eso es imposible. No se trata ya de su origen estepario y asiático (que comparten, por ejemplo, con los húngaros y los búlgaros) sino del hecho diferencial islámico.

El islam siempre fue una amenaza para Europa que se forjó combatiéndolo (desde la batalla de Guadalete hasta la guerra de los Balcanes pasando por la Reconquista y las Cruzadas). Además, el imperio romano, especialmente el oriental, se identificó con el cristianismo desde el siglo IV y no cabía una sucesión legítima en un monarca musulmán que, además, no mantenía lazos dinásticos con las casas europeas. Sin olvidar que el islam se dedicó a combatir al imperio bizantino desde su mismo origen en el siglo VI siendo la conquista de Constantinopla en el XV la culminación de esa ofensiva.

Así las cosas, el imperio otomano hubo de resignarse a ser la cabeza del mundo islámico y oriental, aunque sin renunciar nunca a su aspiración a ser admitido como parte de Europa.

En parte, el fracaso en materializar dicha aspiración constituyó el germen de la decadencia y desaparición del imperio. La nueva república, con Ataturk a la cabeza, siguió intentándolo a través de una profunda reforma que incidió en el avance hacia la laicidad y la sustitución del alfabeto cúfico por el latino. No obstante, la disidencia de base persistía.

Más adelante, en los albores del siglo XXI, Turquía trató de ser admitida en la Unión Europea viéndose rechazada y acusando a dicha organización de ser, oh sorpresa, un “club cristiano”…y tenían razón: Europa nunca fue musulmana y si se convierte en tal (hay riesgo de ello por las estultas políticas migratorias liberal-progresistas) dejará de ser Europa. Por lo tanto, Turquía solo podría ser considerada parte de Europa si abandona el islam y acepta el cristianismo.

Eso no va a suceder, no puede suceder…los turcos abandonaron las estepas y se integraron en el mundo agrícola y urbano bajo la égida del califato abasida y bajo su legalidad, de modo que el islam sunnita constituye la columna vertebral de su identidad nacional y étnica y su realidad actual proviene de la evolución de ese universo político y jurídico, no del europeo.

¿La consecuencia? Turquía solo tiene dos salidas: el islamismo radical o la política panturquista orientada hacia Asia y hacia las minorías turcas de los Balcanes. En cualquiera de los dos casos, o si los combina, Turquía está llamada a continuar siendo un problema enquistado en el seno de Europa contra el que tarde o temprano habrá que combatir y, a ser posible, eliminar. La geopolítica es así. Cambian los regímenes, permanecen las realidades.

© Fernando Busto de la Vega.

POR QUÉ DEBE DIMITIR SANNA MARIN

¿Sanna, Sanna, culito de rana?…Es broma.

No seré yo quien tire la primera piedra contra los juerguistas ni contra las mujeres jóvenes y follables a las que les gusta divertirse, beber y salir de noche.

No cometeré tampoco la estupidez de no darme por enterado de que hay señores importantísimos, de grandes responsabilidades políticas, que, privadamente, organizan fiestas mucho menos dignas e inocentes que esa en la que pillaron a la primera ministra finlandesa.

No son razones de índole puritano o hipócrita las que me llevan a afirmar que debe dimitir. Personalmente, aunque participase en dos multitudinarias orgías semanales con sexo y drogas, no la juzgaría duramente por ello.

El problema es otro y de índole mucho más profunda: táctica y filosófica.

Ha demostrado Sanna Marin que no comprende la gravedad del momento histórico que le ha tocado vivir y la vulnerabilidad de un cargo político, ejecutivo y electivo como el suyo. Este es el aspecto táctico del asunto. No está a la altura de las circunstancias y eso puede resultar perjudicial para Finlandia y para todos sus aliados, que ahora somos, entre otros, toda la Unión Europea y toda la OTAN. Nos ha fallado a todos y nos ha demostrado a todos su irresponsabilidad. Debe, sin duda, dimitir.

El aspecto filosófico es todavía más hiriente y preocupante. Como buena socialdemócrata del momento, imbuida de la ideología feminista y de género imperante en el progresismo en estos días, disocia libertad y responsabilidad. Piensa, como prescribe esa ideología dominante (y enseña en los institutos, las universidades y desde las instituciones: solo hay que ver el monterismo que impera en España) que por el mero hecho de ser una mujer joven puede hacer lo que le de la gana sin responsabilizarse de las consecuencias de sus actos. Si existen consecuencias negativas nunca será culpa suya sino de los otros, del heteropatriarcado, de los “fachas”, de la mala suerte…de cualquiera, menos de ella. Y esta es una filosofía nefasta y peligrosa. No pueden dejarse los asuntos importantes en manos de incompetentes irresponsables que no aceptan el sacrificio propio de su posición y del trabajo que deben hacer en favor de su patria y defienden a ultranza su condición de entes sin responsabilidad moral, ética, social o política instalándose en un hedonismo peterpanesco propio de una adolescencia inacabada.

Si quieres ser libre, debes aceptar la responsabilidad de tus actos, ser responsable. Si quieres acceder a cargos importantes debes estar dispuesto a aceptar los sacrificios que conllevan. Lo contrario es una clara prueba de estupidez e inmadurez.

Por eso debe dimitir Sanna Marin, por eso mismo debemos eliminar del panorama político, laboral y empresarial a todas las Sanna Marin que padecemos.

© Fernando Busto de la Vega.