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QUEVEDO SIGUE PRESENTE

Confieso que siempre tuve a don Francisco de Quevedo como maestro y referencia (sin desmerecer, por supuesto, a Cervantes, Lope y otros grandes hoy tan olvidados o más que estos).

Contaré aquí que el primer tomo de obras completas de un autor que compré, y no en librería sino en el rastro, una mañana de sábado primaveral, acaso con no más de quince años y llevando de la cintura a una de las muchachas que amaba entonces y me amaban, fue precisamente el de poesías de Don Francisco.

Hoy en día sigo teniéndole muy presente y hago mías, por desgracia, casi cuatrocientos años después, sus preocupaciones, que reproduzco aquí recitadas por quienes, sin duda, declaman mejor que yo.

¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

No he de callar…

© Fernando Busto de la Vega.

TRES POEMAS DE MIGUEL LABORDETA

Miguel Labordeta (Zaragoza 1921-Zaragoza 1969), hermano mayor del más conocido José Antonio Labordeta (Zaragoza 1935-Zaragoza 2010), es sin duda uno de los mejores poetas de su generación. Debido a su condición de aragonés y su empeño de no salir de Zaragoza para integrarse en las capillas poéticas de moda en Madrid y Barcelona (algunos de cuyos miembros, como Cirlot, tuvieron que venir a Zaragoza para iniciarse en las vanguardias, mal que les pese a muchos popes del bicentralismo cultural español) suele ser ignorado y menospreciado demasiado a menudo. Hoy quiero recordar algunos de sus poemas. El primero (Retrospectivo Existente) por partida doble: por escrito y recitado por su hermano José Antonio en su disco En Directo de 1977.

RETROSPECTIVO EXISTENTE

Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.


Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie, nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.


¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.

LETANÍA DEL IMPERFECTO

Sed antigua abrasa mi corazón de lentitudes.
En música y llanto mi ubre roída de pastor.
Tumbas de aguas y sueño,
soledad, nube, mar.
Doncellas en flor, cementerio de estrellas,
cuadrúpedos hambrientos de paloma y de espiga,
en náusea y en fuga de amargos pobladores oscuros,
mineros desertores de la luz insaciable.
Cráteres de lluvia. Volcanes de tristeza y de hueso,
despojos de pupilas y hechizos desgajados.
«Me gustas como una muerte dulce…»
Arrebatado. Sido. Aurora y espanto de mí mismo.
Viejos valses con calavera de violín
en la cintura de capullo con sol ciego de ti.
«Pero me iré…
debo irme… pues el jardín no es leopardo aún
y tu caricia una onda vaga tan sola
en los suelos secretos del atardecer…»
Canes misteriosos devoran mi perdón.
Mi distancia se pierde en las columnas de tu abril jovencito.
Cero. Vorágine. Desistimiento.
Nueva generación de hormigas dulces cada agosto.
Viento y otoños por los puentes romanos derruidos.
Golpeo a puñetazos besos de miel y desesperanza
en pavesas radiantes de futuras abejas.
Veintisiete años agonizantes
sonríen largamente a lo lejos.
Buceo. Soles y órbitas indagando los cubos del olvido.
El misterio. Eso siempre.
El misterio a las doce en punto del día
y en su centro de asfalto
yo
impertérrito.

Y para terminar, un tercer poema solamente recitado que me parece de la máxima actualidad en los tiempos que corren. Por supuesto, también de Miguel Labordeta.

TANGAS Y HAIKUS

Amigos no lectores, porque este será un artículo poco visitado, hoy me encuentro en uno de esos días. Hoy sonreiré en silencio y dejaré que otros me expresen. Hoy es un día de haikus que quiero compartir con vosotros…si es que entráis aquí.

HAIKUS

Luciérnaga en vuelo;
—¡Mira!— iba a decir,
pero estoy solo.
 Tan Taigi

Sufría y sudaba 
y, al alcanzar la cima, 
¡Zarzas en flor!
  Yosa Buson

Aquí estoy,
simplemente,
cae la nieve.
  Kobayashi Issa

Día de primavera:
de un tiesto olvidado,
brota una flor. 
  Masaoka Shiki

No me detendré, 
si he de caer que sea
entre los tréboles.

  Kawai Sora

Cuando parta,
dejadme ser, como la luna,
amigo del agua.
  Mizuto Masahide

Día de primavera,
gorriones en el jardín
bañándose en arena. 
  Uejima Onitsura

Tras su reflejo
vuela por el arroyo
una libélula
  Kaga No Chiyo.

Subes despacito al Fuji, 
pero subes, caracolito. 
Kobayashi Issa.

Es todo en este apartado, hago notar que no he citado a Basho, quizá por lo que expliqué aquí.

Pero, a pesar de todo, aunque todavía oculta, yo también tengo mi voz y quizá me decida hoy a murmurar algunas cosas. Quiero advertir que jamás escribí ni deseo escribir haikus, que están muy bien para los japoneses, pero no sirven para expresar mi punto de vista. No por ello estoy del todo lejos de la filosofía del haiku, aunque a mis garabatos prefiero denominarlos “tangas” porque son una minúscula pieza llamativa que resalta la belleza circundante sin vulnerar los necesarios enigmas subyacentes. Pueden parecer simples, pero ocultan más de lo que muestran, y mucho más importante. Dejaré aquí una pequeña muestra.

TANGAS (DE EL GORRIÓN SOBRE LA RAMA DESNUDA)

© De los tangas siguientes, Fernando Busto de la Vega.

Niebla y río
son el mismo frío.


Pétalos de almendro y copos de nieve
danzando en torbellinos salvajes y alegres. 


Ama y sonríe, 
se humilde, se simple. 


Ser mariposa un solo día...
La muerta oruga ¿ qué diría?


Aún es fría el alba de primavera,
cárdenas lejanías de nubes severas.


TANGAS (DE EL OTOÑO Y TODAS SUS FLORES)

El color de la sandía
¿es verde, es rojo?
sonrisa de vida sin enojo.


Soledad, hojas, charcos y barro,
camino de lodo y guijarros.


¿Hay peces en este río?
murmullo de cristal y frío.

Luz, ese milagro cambiante,
cada eternidad, un instante. 


El humilde, turbio, sucio charco
refleja el límpido cielo zarco. 

Y cese aquí.

© Fernando Busto de la Vega


					

EL PRIMER POEMA (Y SUS TRISTES CONSECUENCIAS)

A los veintiún años sufrí una intensa crisis vital y creativa que condenó todo lo que había escrito, compuesto y fotografiado hasta entonces a la hoguera. Fue, sin duda, lo mejor que podía suceder. Digamos que no se perdió nada importante y el auto de fe sirvió como revulsivo para dar un salto de calidad y madurez.

No obstante, hay papelotes pertinaces que perduran en sus escondrijos durante décadas a pesar de los designios de sus propietarios. Así me sucedió a mí, que años después, durante una nueva limpia asociada a una mudanza me topé en el interior de una vieja carpeta cierta porción de folios manuscritos, viejos borradores de poemas de adolescencia no demasiado buenos que acabaron finalmente en la basura. Todos salvo uno: el primero que había escrito en mi vida. Lo reservé, naturalmente, por simple prurito sentimental. Y como entrañable curiosidad quiero compartirlo aquí con mis lectores.

Los inocentes ripios que vais a leer a continuación los escribí en la bisagra de los doce a los trece años, un mes de junio cuando todavía no me afeitaba, y están dedicados a la que fue mi primera novia: Belén.

Yo, entonces ferviente lector de Dante, solía compararla con Beatriz (Bice di Fosco Portinari), porque, como ellos, nos conocimos a los nueve años y desde ese primer instante nos amamos. Ella, que era muy guapa (tenía un rostro angelical, con grandes ojos verdes resaltados por una melena rubia de verdadero querubín desterrado a nuestro mundo inferior) y que, además, resultaba divertida, dulce y se conmovía con los animalitos abandonados y las injusticias del mundo, carecía por completo de sensibilidad artística y poética y ni entendía ni quería entender la referencia. Eso nos distanciaba ya cuando escribí este poema ñoño de primerizo con bozo de oro que paso a reproducir por pura añoranza (en una primavera como esta nos conocimos y en otra similar, exactamente un Viernes Santo…en fin).

El poema, recordemos, primerizo y escrito con doce años, dice así:

Hoy estoy triste, 
triste y oscura la tarde,
horizonte febril que arde.
Hoy sin verte, ni oírte.
hoy sin tenerte ni sentirte.
Hoy estoy triste,
abandonado y cobarde
¿Y tú, qué hiciste?

Como vemos, los versitos no merecieron escapar de su carpeta, pero, ya que lo hicieron, y por mera concesión a la melancolía, quiero otorgarles su pequeño espacio de protagonismo. ¡Ay, esos ripios vergonzantes de la adolescencia!...
Uso una fotografía de Kristina Primenova por no usar una real de Belén, a la que no tengo al alcance para pedirle su consentimiento. De todos modos, a esa edad, Belén era incluso más bonita que Kristina. Y después, mejoró.

Claro que, como en el caso de Dante y Beatrice, la historia, que se prolongó llena de idas, venidas y recovecos hasta más allá de los veinte, no tuvo un final feliz (las tristes consecuencias).

¿Contaré los trapos sucios? Solo si sois cotillas y me lo pedís. Diré solamente que es una historia sórdida, llena de pasión, traición y confusión e incluye la destrucción de la villa en el Lago Como, el Ferrari y el Maserati de cierto empresario milanés cincuentón…Bueno, lo de la villa y los deportivos igual no lo cuento, aunque ya habrá prescrito. Pero tengo una imagen de ciudadano gris y pacífico que mantener.

¡Fernando Busto de la Vega es un señor serio, aburrido y formal que nunca ha roto un plato!

© Fernando Busto de la Vega

CINCO JOYAS ERÓTICAS DEL MEDIEVO ESPAÑOL.

  1. INTRODUCCIÓN
  2. ROMANCE DE LA GENTIL DAMA Y EL RÚSTICO PASTOR
  3. WALLADA
  4. ALFONSO X: NO QUIERO DONCELLA FEA
  5. DOS JOYAS DEL ROMANCERO
  6. FIN.

1.-INTRODUCCIÓN

La imagen mayoritaria que suele tenerse sobre la Edad Media, especialmente en lo que a España respecta, está llena de lugares comunes y clichés estereotipados que nada tienen que ver con la realidad o, al menos, solo presentan una parte de la misma. Solo vemos guerras, plagas, clérigos, hambre e ignorancia, pero la gente de esa época, aparte de legarnos un corpus cultural amplísimo y de la mayor importancia, especialmente en España que, junto con Italia, se constituyó en los cimientos del Renacimiento, también se divertía, amaba y gozaba y, a veces, con más libertad que nosotros mismos. La actual es una época pacata y triste, la Edad Media era, en cambio, un periodo más natural y menos afectado por el puritanismo y, por lo tanto, más feliz y creativo. La Edad Media condujo al Renacimiento, la actual nos lleva (independientemente de pandemias y guerras) a una nueva Era Oscura, la civilización se diluye en medio de las mareas de estulticia progre y de integrismo liberal-capitalista. Es así. Cada día que pasa nos acercamos un poco más a la barbarie.

2.-ROMANCE DE LA GENTIL DAMA Y EL RÚSTICO PASTOR.

El conservadurismo de estos días puritanos y estúpidos modelados por el protestantismo germánico en todas sus vertientes (incluyendo el progresismo o lo que se disfraza de tal para perpetuar valores puritanos y pueriles) es muy probable que se muestre de acuerdo con la actitud del protagonista de este romance, un rústico pastor casado y con hijos que, atareado con el cuidado de su ganado rechaza los ofrecimientos sexuales de una gentil dama que pasea aburrida y descalza por el vergel al que se dirige a la hora de comer. Y eso que la muchacha es hermosa, ella misma se describe en el romance:

hermosuras de mi cuerpo
yo te las hiciera ver:
delgadita en la cintura,
blanca soy como el papel;
la color tengo mezclada;
como rosa en el rosel;
las teticas agudicas,
que el brial quieren romper;
el cuello tengo de garza
los ojos de un esparver;
pues lo que tengo encubierto
maravilla es de lo ver.

A lo que el pastor responde:

Ni aunque más tengáis,
señora, no me puedo detener.

Cierto: un hombre fiel e industrioso…también un imbécil. En conjunto el primer romance de la historia en merecer ser puesto por escrito, una joya erótica del medievo español.

Dejo una versión en vídeo:

3.- WALLADA

Hace años le escribí un poema de amor a esta cordobesa nacida a finales del siglo X y que a comienzos del XI, en plena disolución del califato a cuya dinastía pertenecía, era una Omeya, hija del califa Muhamad II, y sigo enamorado de ella (como de Safo). Y no es para menos. Alta, de buen talle y bonita figura, pelirroja, ojos azules…hoy hubiera sido una influencer de fama mundial. Entonces, al modo de la época, también lo fue. A los diecisiete años, huérfana y millonaria, abrió su casa a la poesía y el amor (los dos únicos pecados tolerables a mi modo de ver) y vivió una época de gloria, en la que demostró además su cultura, su inteligencia y su educación (lo que la invalidaría hoy como influencer) antes de desdibujarse en la madurez dentro del harem de Ibn Zaydún.

La bella y altiva poetisa (escribió: ” yo, ¡por Dios!, merezco la grandeza y sigo orgullosa mi camino!”) tenía todas las virtudes y todos los defectos de las mujeres inolvidables, incluso el de ser malvada y deslenguada, faceta en la que nos dejó algunas pequeñas joyas eróticas (y muy malintencionadas) del medievo español tales como el poema:

Enhorabuena, al-Asbahī, por los beneficios
que has recibido del Señor del Trono, del Benefactor;
has conseguido con el culo de tu hijo
lo que no consiguiera
con el coño de Būrān su padre al-Hasan.

O bien (y dirigiendo el poema a su amante principal con el que acabaría casándose después de una juventud disoluta, como debe ser la de las mujeres hermosas y los hombres de genio):

A pesar de sus méritos, Ibn Zaydum ama 
las vergas que se guardan en los calzones; 
si hubiera visto la polla en las palmeras, 
se habría convertido en pájaro ababil.
 
Por supuesto hay algunas otras joyas, incluso más románticas y canónicas, de Wallada, pero dejo al lector el placer de descubrirlas por sí mismo si es que no las conoce ya. 


4.-ALFONSO X EL SABIO: NO QUIERO DONCELLA FEA.

La labor cultural de este rey castellano es bien conocida y no voy a perder tiempo aquí rememorándola. Su faceta política es, sin embargo, cuestionable, pero tampoco nos ocupará en estas páginas. Nos ceñiremos a su actividad poética en el campo de las cantigas galaico-portuguesas (que también forman parte del medievo español) y, especialmente, de alguna humorística y hoy totalmente incorrecta políticamente bajo el totalitarismo tiquismiquis, acomplejado y malhumorado del feminazismo dominante.

El buen rey se permitía expresar sus gustos en cuanto a las mujeres y decía bien claro (aunque en el gallego del siglo XIII) que no deseaba en su alcoba jóvenes feas, mal educadas (que se pediesen en su puerta o hiciesen algo peor), ni peludas. Debo decir que yo coincido al cien por cien con él. Nos hubiéramos llevado bien este Alfonso y yo.

Para aliviar la larga lectura que ya llevas a cuestas, lector amigo, he decidido darte esta píldora en formato audiovisual avisándote de que la letra, después de una larga introducción musical, comienza en el minuto y cincuenta segundos.

5.- DOS JOYAS DEL ROMANCERO

De estas dos joyas del romancero español, la primera, llena de encanto, vuelve a transitar por la incorrección política (una menor engañada y violada), pero es digna de conocerse, dice así:

Yo me era mora Moraima, 
morilla de un bel catar,
cristiano vino a mi puerta,
cuitada, por me engañar;
hablóme en algarabía,
como aquel que bien la sabe:
-Ábreme las puertas, mora,
así Alá te guarde del mal.
-¿Cómo te abriré, mezquina,
que no sé quién te serás?
-Yo soy el moro Mazote, 
que un cristiano dejo muerto,
tras mí venía el alcalde.
Si no me abres tú, mi vida,
aquí me verás matar.
Cuando esto oí, cuitada,
comencéme a levantar,
vistiérame una almejía
no hallando mi brial,
fuérame para la puerta
y abríla de par en par. 

No es preciso decir más. Como es posible que el lector no esté muy instruido en los ropajes y costumbres  de la época, la situación viene a ser esta: el cristiano llega ante la puerta de la morilla de madrugada, fingiendo huir de la justicia (en esa época un alcalde era más un juez que un edil) y la convence para que le de asilo. Ella, que está en la cama y, por ende, desnuda, busca en la oscuridad su ropa y, no encontrándola, se cubre con un manto pequeño que cumple muy escasamente su función, lo demás ya se lo imagina el lector.

Y, frente a la inocencia de la mora Moraima, será bien recordar el descaro de la infanta Urraca Fernández cuando corre al lecho de muerte de su padre el rey para recriminarle que no le deje herencia. Hay que recordar que esta Urraca, pieza fundamental de la historia del Cid, mantuvo un ardiente romance incestuoso con su hermano el rey Alfonso VI, diez años más joven que ella y al que sedujo cuando era todavía un adolescente, prácticamente un niño. El romance expresa así el enojo de la infanta doña Urraca:

Morir vos queredes, padre, ¡San Miguel vos haya el alma! 
Mandastes las vuestra tierras a quien se vos antojara: 
diste a don Sancho a Castilla, Castilla la bien nombrada, 
a don Alfonso a León con Asturias y Sanabria, 
a don García a Galicia con Portugal la preciada, 
¡y a mí, porque soy mujer, dejáisme desheredada! 
Irme he yo de tierra en tierra como una mujer errada; 
mi lindo cuerpo daría a quien bien se me antojara, 
a los moros por dinero y a los cristianos de gracia; 
de lo que ganar pudiere, haré bien por vuestra alma. 
Allí preguntara el rey: —¿Quién es esa que así habla? 

Respondiera el arzobispo: —Vuestra hija doña Urraca. 
—Calledes, hija, calledes, no digades tal palabra, 
que mujer que tal decía merecía ser quemada. 
Allá en tierra leonesa un rincón se me olvidaba, 
Zamora tiene por nombre, Zamora la bien cercada, 
de un lado la cerca el Duero, del otro peña tajada. 
¡Quien vos la quitare, hija, la mi maldición le caiga! 
Todos dicen: “Amen, amen”, sino don Sancho que calla. 

FINAL

Las citadas son solo pequeñas muestras de un conjunto amplio y en exceso desconocido por el gran público. Volveremos sobre el tema más adelante y con mayor detenimiento en obras concretas.

© Fernando Busto de la Vega