
Que el feminismo fomenta la desigualdad, desprotege al hombre y establece una violencia institucional y social contra los varones heterosexuales a los que comienza por demonizar y acaba por arrebatarles la presunción de inocencia no solo en sede judicial sino a todos los niveles, es un hecho incontrovertible. Quien lo niegue, miente o es estúpido (mejor sería decir estúpida o estúpide, que todos nos conocemos ya).
Pero en esto, como en todo, sirve mejor de explicación algún ejemplo chusco que miles de páginas de argumentación.
Todos sabemos que en la actual situación, y respaldada por las leyes feministas y represivas, una mujer puede poner fin al sexo, al coito, cuando le de la gana sin dar explicaciones ni poder ser siquiera cuestionada. Da lo mismo que el hombre lleve minutos penetrándola y se encamine hacia la culminación o que ella decida interrumpir in media res una hasta entonces entusiasta felación. En cuanto dice: ya me he aburrido, solo queda encogerse resignadamente de hombros y transigir. Por supuesto, todos lo sabemos, tal circunstancia es aprovechada por muchas solo para ejercer su violencia contra el hombre: se le lleva a un punto de no retorno y se le abandona con desprecio y arrogancia. Si el tipo, pensando en su propio bien, transige, es objeto de burlas y desprecios. Si, cegado por la pasión, persevera en su intento, acaba siendo acusado de violación y crucificado en los juzgados y los medios (o las redes) al amanecer. Las leyes feministas favorecen el abuso y la provocación contra el varón y hay una minoría significativa de jovencitas (y no tan jovencitas) adoctrinadas que gustan de practicar esta provocación para humillar o encarcelar a hombres, especialmente jóvenes inexpertos, todos los fines de semana. Pero no se habla de eso. Yo lo sé porque me lo han contado víctimas y, entre risas malvadas, verdugas que actúan con premeditación, alevosía y sabiendo muy bien lo que hacen y a quién se lo hacen, aunque su aspecto general sea inocente, virginal y dulce.

En el otro plato de la balanza, y tampoco se habla de ello, están las posibilidades efectivas que tienen los hombres para interrumpir un acto sexual motu proprio. ¿Qué sucede si un hombre decide, a mitad de coito o de cunnilingus, retirarse y parar? La furia de la hembra defraudada se desata. La renuncia es contada en el número de los gatillazos y el tipo una vez más ridiculizado y vilipendiado in situ (y generalmente a gritos y con arrebatos de cólera y golpes) y a posteriori urbi et orbe por redes sociales y chismes presenciales en aquelarres de amigas y amiguis determinadas a penalizar la renuncia con el desdén y la burla cuando no con una denuncia por violación…para lo cual hay que alterar los hechos, si bien eso no importa porque a ellas siempre se las debe creer.
Pensemos en estos hechos que sottovoce suceden todos los fines de semana en nuestros pueblos y ciudades, especialmente entre adolescentes y jóvenes, y detrás de los cuales siempre hay una o varias cuarentonas de mala baba adoctrinando a sus pupilas y buscando, lo digo a menudo porque es cierto, llevárselas a la cama con unas milongas u otras. A mi el lesbianismo, la bisexualidad y la pasión de las cuarentonas por las adolescentes no me incomodan, me parecen bien. La toxicidad feminista que despliegan algunas de estas safos decadentes y psicopáticas para obtener sus fines son, en cambio, además de inmorales, delictivas.
Pero la omertá se impone, la represión y la censura del feminismo ocultan sucias realidades que nadie se atreve a denunciar y muchos, retirados del mundo por sus matrimonios o sus años, ni siquiera son capaces de ver.
Conviene también ver esta entrada sobre la ley del sí es sí, o esta sobre los discursos misóginos en internet o esta sobre las claves de la estrategia feminista.
© Fernando Busto de la Vega