Que Marruecos es el enemigo más directo, amenazante y peligroso para España se olvida muy a menudo en este país y es menester no solo recordarlo, sino poner sobre la mesa las necesarias políticas de rearme militar y concienciación ciudadana (que incluyen la implantación del servicio militar obligatorio para ambos sexos y la restitución de los valores de patriotismo, honor y sacrificio en los programas de estudios, eliminando las monsergas y milongas progresistas) así como los principios básicos de España como nación.
No debemos olvidar que España se forjó en ochocientos años de Reconquista (concepto que ahora determinados “intelectuales” al servicio de ideologías antiespañolas quieren cuestionar y diluir, lo que de facto representa un acto de traición) y que esta política se prolongó a lo largo del siglo XVI con la extensión por el norte de África que, entre otras cosas, dejó encargada como legado político la propia Isabel I de Castilla en su testamento.
Dicha política de control sobre el estrecho de Gibraltar (exitosa después de la batalla del Salado en 1340 y fracasada por culpa de los Borbones después de que Inglaterra ocupara el peñón en 1707, plaza que tarde o temprano será preciso recuperar, y que nadie se engañe: mediante la guerra) y de expansión sobre el norte de África hasta al menos Argel fueron las claves de la grandeza de España más allá del descubrimiento y la conquista de América y el control sobre amplias zonas de Europa. Sin la seguridad en el norte de África España no puede sobrevivir. De ahí la larga guerra contra los turcos y los piratas berberiscos que comenzó en el siglo XVI y se extendió hasta el XIX.
España, si quiere sobrevivir, tiene que ser nacionalista y militarista, ambas cosas con sentido común y con mesura. Pero la mentalidad laxa y pacifista que el ilegítimo régimen de 1978 ha impuesto sobre la sociedad solo conduce a la destrucción de la nación y constituye, por lo tanto, un acto culpable de traición ejecutado por todos los políticos, monarcas y funcionarios del Estado que la han tolerado e implementado.
Recordemos que la política de presencia e influencia en el Magreb, que debemos extender ya al Sahel y al centro de África, fue una realidad y se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX (Guerra del Rif, 1909-1926; Guerra de Ifni, 1958-1959; Guerra del Sáhara, 1973-1975…defensa de las Canarias frente a las ambiciones soviéticas a través de Argelia, hasta 1980…). Solo con el establecimiento del ilegítimo régimen de 1978, impuesto por el imperialismo yanqui, otro de nuestros enemigos, se abandonó dicha política.
La OTAN, y los Estados Unidos tras ella, quieren una España débil y sometida y ello requiere el abandono de nuestra posición predominante en el estrecho y en el Magreb, de ahí las políticas derrotistas y abandonistas que dicho régimen ha adoptado (y que incluyen el abandono de nuestros intereses en Mauritania desde comienzos de los ochenta y en Guinea Ecuatorial desde finales de los setenta) que nos convierten en presa fácil de nuestro enemigo alauita. Ahora tenemos una exministra a sueldo del enemigo (y a quien los servicios secretos españoles no eliminan) clamando por la entrega de las ciudades inequívocamente españolas de Ceuta y Melilla al enemigo marroquí, a un presidente del Gobierno a quien Rabat hackeó el móvil y que ha cedido misteriosa y culpablemente en el asunto del Sáhara veraneando en Marruecos “privadamente”…
Ya hablamos aquí de como Juan Carlos I se vendió vergonzosamente a Arabia Saudí y, por lo tanto a Marruecos, en su momento y el modo en que todos y cada uno de los Gobiernos que hemos padecido han ejercido la dejadez y la traición en este asunto.
Es necesario, más temprano que tarde, derribar al ilegítimo régimen de 1978 y proceder a asumir nuestro papel en el mundo y en la Historia, lo que requiere, por cierto, un aumento de la tasa de natalidad…las ideas y políticas que vayan en contra de ese necesario incremento de la población y su formación moral, nacional y militar adecuada deberán ser barridas sin complejos ni culpabilidades.
© Fernando Busto de la Vega.